Por la velocidad a que van las cosas, todo indica que el riesgo inminente es el de una guerra nuclear.
Si bien hasta hace pocos años se argumentaba el rol de “detente” de las armas atómicas como un freno a la guerra total, los acuerdos que limitaban su proliferación se han ido extinguiendo en décadas pasadas hasta el Nuevo START que expira a inicios de 2026 y del cual Rusia ya suspendió su participación (Hennigan, 2014). “Parece alarmista” dice Hennigan, pero no hay semana que pase sin noticias de cómo los países europeos junto con Estados Unidos caminan al enfrentamiento con Rusia, sin mayor freno por sus poblaciones ni las del resto del planeta, en comparación con las manifestaciones de millones de personas a favor de la paz de años atrás. Otro precipicio del que ya nos llegan sus efectos es el cambio climático potencialmente irreversible. El paciente debiera estar con los pelos de punta, pero vive asombrosamente adormilado y reacciona lento. Si la Humanidad fuera un ser humano, José Humanidad, María Humanidad, no hay duda de que requeriría urgentemente un psiquiatra.
Entre los síntomas de Benito Humanidad hay que agregar una larga lista con la exacerbación del miedo, la inseguridad y violencia en grandes regiones del planeta, la intolerancia, las adicciones, la pérdida de civilidad, las crecientes desigualdades en las sociedades, las migraciones entre Norte y Sur. Con semejante diagnóstico, parece coincidencia, que México tenga como Secretario de Relaciones Exteriores a un psiquiatra, el Dr. Juan Ramón De La Fuente.
Nuestro presente altamente tecnológico está en manos de una sociedad tremendamente salvaje, con un cinismo o esquizofrenia prácticamente universal cuando comparamos leyes maravillosas, nacionales e internacionales, que describen un paraíso muy lejano a la realidad de la mayoría. Estamos asimismo acostumbrados al acúmulo de la riqueza, de la tecnología, del poder económico en unos cuantos, a ver gigantescos recursos de las grandes economías canalizados a la economía del armamento y la violencia. Ante semejante poderío, es lógico sentirnos incapaces de cambiar el rumbo; parece sensato tirar la toalla. Sería bueno tener los datos: ¿A cuántas casas, hospitales, escuelas, equivale una ojiva nuclear o un misil?
México tiene una tradición pacifista, con la búsqueda del respeto al derecho ajeno de Benito Juárez, con la firma del Tratado de Tlatelolco que proscribe las armas nucleares de toda América Latina y el Caribe, del Río Bravo a la Patagonia, promovido el Dr. Alfonso García Robles, premio Nobel de la paz. Tratado que se firmó curiosamente un 14 de febrero, en 1967. El día del amor, podría ser el día mundial de la Paz.
Sin duda, la responsabilidad número uno del gobierno mexicano es buscar el bien para la nación, sus habitantes y medio ambiente. El reto para lograr un cambio duradero positivo en la historia de nuestro país, como sabemos, es enorme.
Estamos en un momento único, pero, no estamos en la época de Lázaro Cárdenas (Browner et al., 2024). Estamos en la época en que se ha medido la velocidad de la expansión del universo en tres distintas regiones del cosmos; en la que una adolescente en Japón puede expresar tonterías que hacen reír a otro en México. Estamos ya viviendo, y escribiendo con muy mala letra, la historia redondamente única de la Humanidad. Y es ahora que se conjuntan en un país de tradición pacifista, un gobierno humanista y un gabinete consciente del potencial de la ciencia y la tecnología, en breve, del conocimiento.
La fuente del poder que ha generado los grandes riesgos de destrucción es la misma con la que contamos para cambiar el rumbo de la Humanidad: la ciencia y la tecnología, frecuentemente indistinguibles de la magia. Hace 70 mil años, la revolución cognitiva abrió la puerta a la capacidad simbólica más poderosa del planeta con el origen del lenguaje humano, el simbolismo más preciso para el pensamiento (Bolhuis et al., 2014). Brotaron capacidades únicas a nuestra especie que seguimos descubriendo, como imaginar lo invisible y planificar el futuro, generalizar, concebir infinitos, tener empatía al imaginar las intenciones del otro (Tattersall, 2010), vivir y responder con base en mundos creados por nuestra fantasía, crear ideales, mitos, creencias y leyes que permiten coordinarnos en grupos de miles y millones, más allá del límite natural de 150 miembros en tribus no simbólicas (Harari, 2013). La biología terminó su trabajo en tiempos de la Edad Media de Piedra. Creamos historias y creencias que nos gobiernan individual y colectivamente, e inventamos nuevas creencias que han abierto la puerta a los grandes cambios en la Historia que nos han traído al presente. Recordemos que “En 1789, la población francesa pasó, casi de la noche a la mañana, de creer en el mito del derecho divino de los reyes a creer en el mito de la soberanía del pueblo.” (Harari, pág. 47). Todo esto gracias al poder de la palabra, del lenguaje, del pensamiento. Poseemos el don del Símbolo.
Con el 60% del voto, con determinación política, con principios, ética y visión “no queda otro camino”, diría Martín Urieta, que cumplirnos a nosotros mismos la oportunidad universal que invitan las circunstancias con una renovada identidad que alce la voz mostrando con el ejemplo, el camino a una nueva etapa de una humanidad altamente tecnológica en Paz, sí en paz consigo misma. Y en paz con la riqueza biológica del planeta que de hecho solo nuestra especie puede descifrar, así como indagamos el origen e infinitud del universo. No es poca cosa. Pongamos en práctica lo que nuestro vecino evolutivo, Neanderthal no pudo hacer al no contar con un pensamiento simbólico, y que es “planear actividades que nunca antes se han llevado a cabo” (Tattersall, 2010).
Fuente: CRÓNICA.
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