Noticia publicada a las 01:25 am 24/07/24

Por: Rogelio Martínez Huerta.

Tehuacán es una ciudad mítica. Desde su origen, su florecimiento fue saturado de fantasías, porque la realidad es que se situó “en el cerro del cantil” en Coapan, donde su ubica su estadía y de donde los indios se llevaron la mitad a la parte baja del cerro colorado (Calcahualco) y el resto se refugió en el “agua en el cerro” que es la traducción de Altepexi.

Con la llegada de los frailes franciscanos se cambió a contra carácter al centro en que hoy está, y solo quedaron los vestigios de “algo” que fue un lugar de donde en caso de invasión de los tepexanos, se subían al cerro para guerrear a piedrazos y esperar que se fueran, porque se les acababan los víveres.
Quiso el tiempo que poco a poco y siempre bajo el yugo español, Tehuacán fuera creciendo y progresando con la inversión de algunos españoles, de forasteros de otras partes de la república y algunos árabes que llegaron buscando la América. Pero los lugareños no crecieron ni en lo económico, ni en lo cultural y menos en lo social. Porque hasta hoy sigue vibrando el clasismo y hasta el vasallaje indigno en que los mestizos tienen a los indios que llegan de otros lugares de la región.
Es común en los días de tianguis, que se escuche hablar el náhuatl, el popoloca, muy escasamente el mixteco y a veces el mazateco. La razón es que van “progresando” aprendiendo a parlotear el castellano. Pero crecer culturalmente es imposible, porque en la ciudad solo existe el discurso barato y lleno de mentiras de los políticos del PRIAN y ahora de Morena un movimiento que solo fue pretexto para que Andrés Manuel López Obrador cimentara su poder, lleno de estrategias torcidas, mentiras y asociaciones delictuosas con los políticos del PRI, del PRD, del VERDE y del Partido del Trabajo.
Si bien, destacaron en la ciudad las embotelladoras que le dieron fama internacional a la ciudad, se debe de aceptar que las más famosas no fueron de tehuacaneros, sino de gente que vino a invertir, ganar y al final, vender los derechos y los créditos al Grupo Monterrey, que al ser propietarios de los derechos, produjeron los mismos productos en Topo Chico Nuevo León y en Coyame al sur de la república. Por lo que, lo único que ganaron los tehuacaneros fue un salario de hambre y una liquidación pobre que les permitió comer año y medio los de más tiempo en los trabajos que fueron manuales.
Posteriormente llegó el lavado de dinero por parte de libaneses: Kamel Nacif, Gerard Guez y Daniel Rizi, quienes casi al final del negocio, vendieron sus empresas y se fueron para Centroamérica, para seguir explotando la mano de obra barata de aquellos lugares no tocados por la producción excepcional de los chinos.
Tehuacán siguió controlada por trafiqueros del poder, que desde Puebla nombraron sus testaferros y se llevaron la mayor parte de los erarios en parte federales, estatales y municipales. Primero fueron los Ávila Camacho, después los Romero, los políticos de la ciudad solo fueron sus lacayos que se prestaron al juego. El golpe más duro fue el nombramiento de Miguel Barbosa que con la complicidad familiar, de prestanombres y esbirros de otros lados, saquearon los erarios de Puebla y gozaron del apoyo de López Obrador que los envió a saquear, haciendo lo mismo en Veracruz. Morelos, el Estado de México, Oaxaca, Hidalgo y otros lugares más.
Mientras, por cinco años y diez meses AMLO, envileció a los escuchas de las mañaneras y apoyado por los youtuweros todo fue miel sobre hojuelas. Empero, Tehuacán seguirá en el oprobio con el nuevo cabeza de fierro (Barroso) que en esta ocasión designó Ignacio Mier Velazco. Lamentablemente para los indios, mestizos y lugareños avecindados, nada ha cambiado. Porque el destino de Tehuacán ahora es peor y para colmo, justicia ¡No hay! Así es…

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