a escala mundial dice que la falta de civismo y respeto mutuo es hoy la mayor que han visto en el transcurso de sus vidas y para 62 por ciento, el tejido social se ha vuelto demasiado débil para servir como base a la unidad y el bien común.
Aunque queramos negarlo día con día somos testigos de la forma en que la violencia, el crimen, la indiferencia, la polarización, el rencor y hasta el odio se han apoderado de nuestra cotidianidad, lo que se ve reflejado en los medios de comunicación; es cierto que diversas instituciones realizan trabajos cada vez más enfocados en la construcción de relaciones significativas en las cuales imperen los valores y la solidaridad; sin embargo, este esfuerzo ha quedado rebasado.
Con el transcurrir del tiempo los avances científicos y tecnológicos se encuentran en etapas que nos sorprenden año con año. Entonces, ¿cómo es que llegamos a esta extraña paradoja en la cual el tejido social ha quedado fracturado? Ya no se trata sólo de preguntarnos ¿qué hemos hecho para que la indiferencia se adueñe de la sociedad? Sino, además: ¿por qué hemos abandonado la enseñanza de los valores y principios?, ¿qué ha sucedido para que consideremos que el crimen es algo natural?
Preguntarnos nos impulsa a mirar hacia el interior no sólo de nosotros, sino también de nuestra familia y círculos cercanos, a aprender de los errores cometidos, a escuchar con mucha más atención a quien lo necesita y a repensar las acciones hasta ahora emprendidas; es cierto que las respuestas a las preguntas planteadas no son fáciles, porque entrañan distintas vertientes y actores políticos, culturales, religiosos y sociales; sin embargo, de lo que sí estoy convencido es que, como he mencionado en reiteradas ocasiones, el trabajo íntegro y coordinado es la única vía para hacer frente a las diferentes crisis.
Hemos llegado a un punto de inflexión que, aunque probablemente se reconozca a simple vista, es difícil de combatir, ¿de qué manera podemos rescatar a los niños y jóvenes de un futuro donde la crueldad parece ser el común denominador? Primeramente, se debe entender que, diversas de las problemáticas como la inseguridad, la violencia, el crimen organizado y la falta de desarrollo se deben, en parte, a una ruptura del tejido social, por ello se deben atender las causas, observar y analizar la “raíz” del problema, como bien lo mencionó la virtual presidenta electa, Claudia Sheinbaum Pardo: “[...] se debe desarrollar en un modelo que privilegie la atención a las causas de la violencia, la reconstrucción del tejido social y la continuidad en la construcción de un México en el que la paz sea fruto de la justicia”.
La implementación de programas culturales, educativos y la capacitación, aunados a un trabajo permanente desde cada una de las familias, podrían convertirse en aliados indestructibles que logren encaminar a las juventudes a objetivos de desarrollo y crecimiento personal, pero sobre todo combatir los altos índices de violencia que golpean al país.
En segundo lugar, se debe entender que, si bien el Estado y sus instituciones son esenciales para realizar cambios en la sociedad, no son los únicos responsables, porque hoy más que nunca tenemos que integrar a las organizaciones sociales, las asociaciones religiosas, el sistema educativo y, por supuesto, a la sociedad en general.
Finalmente, pero no menos importante, no podemos olvidar aquella frase atribuida al pastor y activista Martin Luther King: “No me preocupa el grito de los violentos, de los corruptos, de los deshonestos, de los sin ética. Lo que más me preocupa es el silencio de los buenos”, la indiferencia no puede continuar frenándonos; se requiere restructurar la responsabilidad social y además impulsar en niños y jóvenes la participación familiar y comunitaria, sin descuidar su formación integral.
En muchas ocasiones se piensa que son las acciones radicales las que detonan un cambio verdadero, y aunque en algunas situaciones esto puede ser cierto, también lo es que para comenzar la reconstrucción del tejido social, las transformaciones deben comenzar en la percepción personal, el trato familiar, la convivencia en los diferentes círculos sociales para finalmente juntos mirarnos como lo que somos: hermanos.
La empatía es una de las capacidades más complejas, pero ante un mundo tan cambiante e inestable, se requiere que la tomemos como un emblema, bien lo decía el poeta y humanista estadounidense, Walter Whitman: “No pregunto a la persona herida cómo se siente. Yo mismo me convierto en la persona herida”.
*Consultor en temas de seguridad, inteligencia, educación, religión, justicia y política
Fuente: La Jornada.
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