La estrella de cinco puntas era bien conocida por los pitagóricos, para quienes la aritmética y la geometría eran la base de las ciencias o artes liberales, del trivium y del quadrivium. Estudiaban los números tanto desde el punto de vista ordinario como desde el simbólico, pues para ellos ambos sentidos estaban estrechamente ligados. Conocían esa relación sutil que hay entre la geometría y el arte de la edificación espiritual. Como decía Platón:
"La geometría es un método para dirigir el alma hacia el ser eterno, una escuela preparatoria para el espíritu científico capaz de hacer girar las actividades del alma hacia las cosas sobrehumanas".
Llamaban a la estrella de cinco puntas pentagrama o pentalfa (formada por cinco alfas, primera letra del alfabeto griego), y la convirtieron en su signo de reconocimiento, pues sabían que se distingue entre los restantes polígonos estrellados por su ritmo indefinidamente recurrente y continuo basado en la "proporción del medio y los extremos", como llamaban a aquella que, según Platón, se da a sí misma y a los términos que une la unidad más completa. Proporción cuyo valor es un número inconmensurable, oculto y secreto, pues no puede expresarse por cantidad racional alguna: el Dormido "número de oro" que se designa con la letra griega Phi, cuya aplicación en las artes produce en el hombre la sensación de unidad, armonía y belleza.
Llamaban al pentagrama con el nombre de Ygieia, diosa de la salud, colocando sus letras dentro de los triángulos que forman sus vértices empezando por el superior y girando en sentido polar. La simetría quíntuple del pentagrama es específica de los organismos vivos y de sus leyes de crecimiento. Así es como simboliza la vida en toda su extensión, y en el aspecto vital del hombre la salud, reflejo de su equilibrio interno; el hombre inscrito en el pentagrama tocando su vértice superior con la cabeza y los restantes con sus cuatro extremidades. Esta misma idea de lo que anima, de vida, de aliento, de aire, de ser, la expresa también la tradición hebrea por la quinta letra de su alfabeto, la He cuyo valor numérico es el 5.
Los constructores de la Edad Media heredaron la geometría de sus antepasados, recogieron el simbolismo del pentagrama y lo transmitieron, a su vez, dejándolo grabado en sus obras para recordarle así al hombre la afinidad del mundo y de él mismo con la perfección de su fuente. Por lo tanto la geometría de los masones es hija de la aritmética y geometría pitagóricas transmitidas por los Constructores de la Edad Media, los masones operativos. Y el estudio y conocimiento de los números sagrados de la Masonería pasa por el estudio de los números pitagóricos, tanto en su aspecto aritmético como en el simbólico y espiritual.
Visto, pues, cómo tradicionalmente el simbolismo numérico y geométrico están íntimamente unidos y se corresponden estrechamente; cómo la geometría, ciencia tradicional, da forma al número poniendo con ello de manifiesto, en la medida en que esto es posible, el principio metafísico que el número simboliza; y cómo el número, en su sentido tradicional, pertenece al mundo inmaterial e informal de los principios metafísicos, que corresponde a Beriyah, o "Mundo de la Creación", en el simbolismo del "Arbol de la Vida" cabalístico, nos toca considerar ahora su aplicación al pentagrama.
La estrella de cinco puntas es junto con la cruz y su centro, el cuadrado y su centro, y el propio pentágono, uno de los símbolos geométricos del número 5. El 5, la péntada, es la unión (suma) del 2, la díada, y del 3, la tríada.
El 2 es el primer número par, reflejo de la unidad en sí misma; expresa el principio de polarización que rige la manifestación (las dos columnas del templo masónico), y su símbolo geométrico es la línea recta (polarización de su punto medio).
El 3, primer número impar, es el reflejo de la unidad en el 2, y expresa el principio de complementariedad de los opuestos, a los que concilia en la unidad original, y su símbolo geométrico es el triángulo equilátero (el Delta luminoso del Oriente de la Logia).
El 5 tiene en él, por ser hijo de ambos, la escisión generativa del 2 y la conciliación unificadora de retorno al origen del 3. El pentagrama también contiene en él esta filiación, pues procede de la línea recta y del triángulo. Y ambos principios, la Tierra y el Cielo, han alumbrado igualmente al hombre. Por ello tiene en él la virtud de retornar al estado original, a pesar de su destierro actual.
"Mira, lo que hallé fue sólo esto:
Que Dios hizo sencillo al hombre,
pero él se complicó con muchas razones."
(Eclesiastés 7, 29).
El hombre que ha integrado la plenitud de su estado humano alcanzando el estado original de sencillez en que fue "hecho a imagen de Dios" (Génesis 1, 27) ha abandonado sus muchas razones centrando su corazón en el centro de su ser, en el centro de la cruz en contacto directo con la realidad espiritual, pues la "imagen de Dios" innata en él llamea e ilumina dicho centro irradiando su luz hacia todas las partes.
A nuestro entender aquí está el simbolismo de la Estrella Llameante, o Estrella Flamígera, del templo masónico; de la estrella de cinco puntas que llamea e ilumina desde la G de su centro (la Iod hebrea, inicial del Tetragramaton). Ella es el guía que conducirá al iniciado en cuyo corazón llamea el fuego sagrado y le llevará al adepto. Este es el misterio que debe intuir y vivir.
En la época de alejamiento y descenso espiritual (el Kali-Yuga o Edad de Hierro) que nos corresponde vivir en el presente ciclo de la Humanidad, el hombre tiene que recorrer la vía del Conocimiento para regresar y reintegrarse a su estado original. Entrado en esta vía por la iniciación, recibe aquí la transmisión espiritual, simbolizada por la luz, concediéndosele de forma virtual un segundo nacimiento qmr podrá llevar a efecto en el curso de su marcha.
Para este nuevo alumbramiento le es necesario previamente conocerse a sí mismo y desprenderse de las "muchas razones" que le impiden ser el hombre sencillo que Dios hizo". Sencillo en el sentido de "no compuesto" ni "doble", como la Unidad metafísica misma. Tiene que morir a sus vivencias y concepciones de este mundo y de sí mismo que no estén regidas por la Voluntad Suprema, de quien depende totalmente y en quien únicamente tiene su realidad verdadera.
Una muerte que es simultáneamente una regeneración, una vida nueva, tal cual ritualizamos en cada tenida.
Antes de terminar veamos un símbolo que expresa lo que acabamos de decir. Se trata de un pentágono sombreado en negro que tiene una calavera sobre la que está la Estrella Llameante: es decir, la muerte del hombre individual que yace bajo el hombre regenerado, o dicho de otra forma, la muerte del hombre viejo que precede al segundo nacimiento que alumbra al hombre nuevo.
Por último, leamos en el Evangelio de San Juan (12, 24) las palabras de Jesús:
"Si el grano de trigo no cae en la tierra y muere,
queda él solo; pero si muere, da mucho fruto".
Fuente: Facebook.
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