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EL PRECIO DE LA PAZ EN COLOMBIA
Noticia publicada a
las 04:28 am 27/09/16
Por: Marcel Sanromà.
Colombia vive hoy una simbólica jornada con la rúbrica oficial del acuerdo de paz con las FARC, que los colombianos deberán confirmar o rechazar el próximo domingo. El país cafetero enfrenta una oportunidad histórica. Los medios de comunicación estamos repitiéndolo hasta la saciedad. Colombia. Historia. Paz. Estas tres palabras revientan estos días Google en búsquedas de información sobre el proceso de paz.
Pero es que así es; no por repetido es menos cierto que el país se encuentra ante una oportunidad única, forjada durante cinco años a base de tesón, convicción, paciencia y confianza entre el gobierno y la guerrilla.
Sin embargo, la paz vive la visceral oposición de los ex presidentes Andrés Pastrana y Álvaro Uribe, que precedieron a Juan Manuel Santos, artífice del diálogo. El argumento es que el acuerdo con la guerrilla es ofensivo para las víctimas del conflicto —de las FARC, claro está—, que verán cómo sus agresores esquivan la cárcel y participarán activamente de la vida política de Colombia.
Y es cierto. Aunque el referendo valide el acuerdo logrado entre el gobierno y la guerrilla —y más vale que así sea, porque no existe el plan B; es esto o la vuelta a los asesinatos y a los secuestros—, las rencillas que dividen a parte de la sociedad colombiana seguirán ahí.
Lo sabemos bien en España, donde la transición de un régimen fascista, liquidado tras la muerte del dictador en 1975, a un sistema democrático siguió una fórmula parecida a la colombiana. La sociedad española aceptó la reconversión de los gobernantes fascistas en políticos presuntamente demócratas en nombre de la paz. Y con la amenaza latente de otro levantamiento militar, dicho sea de paso.
A pesar de que la transición española se consideró un éxito, y ha sido ejemplo en todo el mundo de cómo superar pacíficamente una terrorífica dictadura de 39 años, el país todavía sufre las consecuencias de que los fascistas no purgaran sus actos en la cárcel. La derecha española se niega a condenar la dictadura, e hijos, sobrinos y nietos de gobernantes fascistas perpetúan los tics autoritarios de sus parientes en las instituciones públicas. Las rencillas siguen existiendo, cuatro décadas después de la transición, y casi ocho décadas después del fin de la brutal guerra civil.
Es por ello que Uribe y Pastrana tienen buena parte de razón. La canonización de los guerrilleros, que han causado tanto miedo y dolor, tiene parte de mal; si se materializa, la sociedad colombiana deberá armarse de valor para perdonar y aceptar la reintegración de los asesinos, secuestradores y narcotraficantes en la sociedad.
Pero, al final, las cicatrices siempre son mejores que las heridas que sangran con abundancia. Suscribo la justificación que dio Santos a esta situación en una reciente entrevista con El País: “El enfoque con el que abordamos la negociación fue encontrar el máximo de justicia que nos permita la paz. Por eso decimos que todo proceso de paz es imperfecto. Una justicia perfecta no permite la paz”.