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Diputados asustados por pecado gay
Noticia publicada a
las 04:15 am 29/05/16
Por: BEATRIZ PAGÉS.
@PagesBeatriz
La iniciativa del presidente Enrique Peña Nieto para legalizar el matrimonio entre personas del mismo sexo ha provocado reacciones que se creía superadas.
Hay organizaciones, grupos y núcleos de la sociedad cuyos argumentos y críticas en contra recuerdan las etapas más oscuras de la humanidad, marcadas por el fanatismo, la superstición y el prejuicio.
A la Iglesia católica mexicana tomó por sorpresa la propuesta presidencial sobre elmatrimonio igualitario. No supo qué decir. En un principio, el Episcopado fue cauteloso para tratar de no ir claramente en contra de la apertura y tolerancia mostrada por el papa Francisco en el tema.
Sin embargo, como la Iglesia católica ya no escapa a la división y confrontación que existe en el resto del país, obispos y cardenales, especialmente los más fanáticos y ultraconservadores, han adoptado posturas amenazantes y retadoras.
Esa parte de la jerarquía eclesiástica lee el tema gay bajo la lupa de la perversidad y desde los rincones más oscuros del medioevo, limitándose a condenarlo como, en su momento, sentenció la legalización del aborto.
Lo más paradójico del caso es que esos mismos Torquemadas no abren la boca cuando se trata de enfrentar el tema de la pederastia sacerdotal.
Pero la Iglesia católica no es la única atormentada por el pecado. Legisladores de varios partidos políticos, incluido el PRI, han decidido darle la vuelta al tema. Cuando un medio les pregunta la posición de su partido con respecto a la iniciativa presidencial, hacen como si la virgen les hablara.
Se quedan paralizados, huyen y rehúyen la respuesta; en la intimidad la critican, y terminan con la frase ya trillada: “Tengo que preguntarle a mi gobernador. Qué van a pensar de mí en el estado”.
El mismo Andrés Manuel López Obrador antepone sus ideas religiosas a lo que debería ser considerado un asunto de salud pública, sin duda un asunto de derechos humanos, de justicia e, incluso, de seguridad pública por los más de mil asesinatos anuales por homofobia que existen en el país.
Al político mexicano de derecha, centro e izquierda no le importa, ni sabe lo que significa vivir dentro de un régimen de Estado laico. Pesa más sobre él y su ignorancia lo que diga el párroco de su pueblo o ciudad, la tradición y el prejuicio, que la Constitución.
Si para la Iglesia los homosexuales son unos perversos, para el político también lo son. No hay información ni formación sociológica para asumir una posición racional, apegada a la legalidad y adaptada a la evolución de los tiempos.
La iniciativa presidencial tiene una importante ventaja. Saca de la clandestinidad a la comunidad gay, la iguala en sus derechos, pero también, y eso hay que subrayarlo, en sus obligaciones.
Cuando la homosexualidad comience a ser vista como una expresión más de la convivencia humana, muchos de los jóvenes que se dicen gay abandonarán una postura que hoy adoptan más como un acto de rebelión, de provocación a la autoridad y al orden establecidos, que por corresponder a su verdadera naturaleza.
El mundo gay tiene que ser incorporado a la normalidad jurídica. El homosexual no es un ciudadano de tercera, tampoco es superior a nadie, es un ciudadano más, igual a cualquier otro y como tal debe ser tratado por la ley y, sin duda, por la sociedad.