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La voz del superhéroe
Noticia publicada a
las 04:43 am 01/03/15
Por: Jorge Volpi.
Si Hollywood es un monstruo que todo lo devora o, más bien, que nos devora a todos, los Óscar son su exitoso intento de lavarse la cara. Como si, salvo excepciones que siempre suenan a migajas, el cine sólo pudiese ser producido y premiado en ese rincón que se divide entre Los Ángeles y Nueva York. Y como si,
en una industria que se dedica a obtener ganancias -nada que reprocharle-, y a contagiar el American Way al resto del planeta, el arte tuviese una posición privilegiada. Así, en un espectáculo tan aséptico como aburrido, millones quedan encandilados por el glamour y la falsa idea de que allí se decide algo que importa.
Sólo por ello habría que olvidar las vanas polémicas que nos han entretenido en estos días -¿es Birdman mexicana?, ¿fue racista el chiste de Sean Penn?-, e incluso las lúcidas palabras de Alejandro González Iñárritu, para centrarnos en lo único relevante: una película que no podría entenderse sin Hollywood pero que, sin hacer una sola concesión, se alza como una de las más profundas discusiones de sus valores y presupuestos. Y, al hacerlo, se convierte en una reflexión universal sobre la creación, la autoconciencia, el fracaso y el amor.
A diferencia de la mayor parte de los directores extranjeros integrados en el sistema, González Iñárritu ha conseguido que una auténtica obra de arte -y algo más difícil: una comedia ácida e inclemente-, que se distancia sin miramientos de la industria del cine, sea unánimemente ensalzada por esa industria. No es un logro menor: habla de la sensibilidad del director mexicano para ubicarse en el mainstream y, con una brillante mezcla de pasión y crítica, desmontarlo desde esa posición.
Una y otra vez ha dicho González Iñárritu -G. Iñárritu, en los créditos- que el tema central de Birdman es el ego. La manera como el yo o el superyó le habla al artista y lo obliga a hacer lo que no desea, movido por la vanidad o seducido por las voces de los otros, ese público que a diario lo aplaude o abuchea. Un aliento zen se filtra en esta cosmovisión -no es casual que una cabeza de Buda aparezca en el estudio de Riggan (Michael Keaton)-, y la contradicción entre la riqueza del mundo interior y la banalidad del mundo exterior anima los conflictos de todos los personajes.
Riggan es, al mismo tiempo, triunfador y perdedor: se ha vuelto célebre por caracterizar a Birdman en una de las tantas franquicias de superhéroes que obsesionan a los estadounidenses, y a la vez se avergüenza de haberse vendido y está empeñado en convertirse en un auténtico artista, decidido a producir, dirigir y actuar en su propia adaptación teatral de ¿De qué hablamos cuando hablamos de amor?, de Raymond Carver.
En el relato, ferozmente editado por Gordon Lish (si bien es posible leer la versión original publicada en 2007 por el New Yorker), cuatro amigos beben y discuten sobre la naturaleza del amor. Algunos creen tener ideas claras -el amor es absoluto o el amor destruye, o el amor que destruye no es amor-, y pasan largas horas balbuciendo historias aunque al final ninguno sepa de lo que habla. En Birdman ocurre algo semejante: aunque Riggan cree saber lo que quiere, esa voz interior, la voz de Birdman, su propia voz, se torna cada vez más ensordecedora y le impide darse cuenta de lo que en verdad desea y de lo que le ocurre a quienes lo rodean, empezando por su hija.
El guión de Iñárritu, firmado con otros tres colaboradores, es impecable: a cada línea trascendental le sigue una burla, arrebatándole el carácter sentencioso que lastraba Babel o Biutiful. Y el planteamiento estructural, acompañado por la fluidez de Emmanuel Lubezki que encadena varios días en un continuum, refuerza una trama que oscila entre lo real y lo onírico. Una combinación que se vuelve particularmente inquietante y, contra la opinión de muchos, eficaz, en la ambigua escena final de la película: esa sonrisa que nos aparta de la tragedia y nos lanza hacia la fantasía.
Tras las obras maestras del Boom, el realismo mágico se convirtió en un cliché latinoamericano tan previsible como inane. Su acta de defunción parecía escrita. En una insólita vuelta de tuerca, González Iñárritu -al lado del Guillermo del Toro de El laberinto del fauno- ha revitalizado esta tradición. Tan alegórica como realista, Birdman es un claro producto de Hollywood y una crítica de sus valores, pero también una obra cuyo complejo universo simbólico y estético se halla tan cerca de Carver como de Carpentier o García Márquez.