siquiera tengo la suerte de acercarme a ellos no sólo para escuchar sino también para medir los niveles de resistencia en cada una de las entidades federales. Y señalo una línea clara hacia la subversión cívica provocada por el hastío. Cuidado: no hablo de revoluciones armadas –como las que han intentado otros, desde autodefensas hasta guerrilleros cuyos intereses y objetivos políticos nunca han sido claros-, sino de una rebelión peor: la interior, con la conciencia cimbrada por las injusticias y las afrentas cuyo fin ni siquiera se avizora al largo plazo.
El precedente es fatídico, agobiante. Entre 1968 y 1971, dos mandatarios, gustavo díaz ordaz y luis echeverría álvarez, cortaron las alas a las nuevas generaciones de mexicanos a golpes de matanzas brutales, jamás esclarecidos del todo pese a la denuncia específica contra echeverría en una fiscalía que dudó, siguió consignas superiores y, finalmente, sólo se atrevió a dictar un arraigo domiciliario al ex mandatario, ahora nonagenario, desestimando la mayor de las acusaciones, la de genocida, de la cual se “defendió” señalando a un muerto, su antecesor, sin capacidad alguna para defenderse. Cobardía pura y desmemoria en cuanto a que durante los sucesos del Jueves de Corpus de 1971, acaso peores a los de la Plaza de las Tres Culturas, díaz ordaz era historia y la responsabilidad absoluta era de echeverría a quien varios testigos observaron dirigir las maniobras represivas desde el despacho presidencial; uno de ellos, como ya conté, el neoleonés Alfonso Martínez Domínguez a quien luego pediría su renuncia de su condición de regente capitalino como una “acción institucional” para calmar el rencor cívico.
Pasaron ya cuarenta y seis años de aquellos sucesos y si duelen todavía es por la ausencia de justicia, no sólo por las pérdidas humanas irreparables sino por cuanto al silencio atroz extendido a varias décadas, como si se le hubiera robado el alma a la juventud en curso de formación. Una de las esencias del Estado de Derecho es, precisamente, atemperar las conductas criminales para asegurar la paz y el desarrollo con libertad. Cuando no existe esta posibilidad, más tarde o más temprano, sobrevienen las rupturas y las voces se alzan en una sola exigiendo la validación de las condiciones indispensables para la convivencia social.
Sin justicia, claro, no hay posibilidad alguna de reconciliación ni con el poder ni con nuestros congéneres a los cuales comenzamos a repeler porque crece en nosotros la semilla del egoísmo por la necesidad de encerrarse, temerosos todos de ser rehenes de los cómplices que se deslizan entre nosotros sirviendo al “sistema” por encima incluso de la comunidad nacional. El aislamiento, en donde la fuerza obliga al toque de queda para los espíritus libres –esto es el silencio atroz que carcome por dentro hasta la pudrición de los valores esenciales-, genera la incomprensión y el rechazo a todo aquello que, pensamos, no nos incumbe hasta que nos toca el turno de la agonía a cada uno de nosotros.
Hace unos días, un lector amigo, me recordó un breve retrato de la realidad bajo el nazismo feroz, implacable, embarnecido del sin sentido; es obra de Martin Niemöller, pastor protestante encarcelado en la época nazi, en medio de sesenta millones de muertos (en un cálculo intermedio de distintas versiones):
“Primero vinieron a buscar a los comunistas y no dije nada porque yo no era comunista.
Luego vinieron por los judíos y no dije nada porque yo no era judío.
Luego vinieron por los sindicalistas y no dije nada porque yo no era sindicalista.
Luego vinieron por los católicos y no dije nada porque yo era protestante.
Luego vinieron por mí pero, para entonces, ya no quedaba nadie que dijera nada”.
Sí, la historia de la represión ha vuelto y puede quedarse por la ausencia de controles estatales. Por ejemplo, luego de la masacre de San Pedro Limón, Tlatlaya, el presidente de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, Raúl Plascencia Villanueva, emitió sendas recomendaciones al ejército y la armada para intentar detener la oleada de ejecuciones sobre civiles desarmados, fuesen o no delincuentes.
Lo hizo, eso sí, tres meses después de los hechos y cuando saltaron las alarmas porque la información retenida fue difundida por dos medios estadounidenses incluyendo la Associated Press (AP), una de las fuentes de información internacional más extendida por el mundo. Sólo entonces comenzaron las reacciones y los cuentos chinos del general secretario, Salvador Cienfuegos Zepeda.
El caso es que Plascencia, cuyo prestigio es bastante cuestionable por la ausencia de acciones prácticas en la defensa de los derechos humanos, afirmó a posteriori que de habérsele hecho caso sobre la masacre de Tlatlaya acaso hubiera podido evitarse la represión de Iguala que encendió a la opinión pública mundial y volvió a colocar a nuestro país en los niveles de barbarie en donde se encuentran naciones como Afganistán, Libia, Rwanda y Siria. En la franja de violencia de los noticiarios europeos con enorme frecuencia aparece algún referente a este territorio nuestro.
Sólo hasta ahora, los presuntos inversionistas foráneos comenzaron a reaccionar paralizando los proyectos de la Unión Europea –sobre todo españoles-, para México pensando en abaratar, todavía más, el subsuelo en oferta para condicionar los contratos de PEMEX según las exigencias de los compradores y no de la paraestatal en vías de ser desmantelada. La incógnita es por qué hasta ahora si bien sabían los índices de violencia y las estadísticas de las más d ciento cincuenta mil víctimas mortales a lo largo del sexenio de calderón y los dos primeros años del peñismo. Ningún acto terrorista, ni las guerras de Medio Oriente contemporáneas, se equiparan a estas cifras siniestras. En Nueva York, por ejemplo, se estiman en dos mil 400 los muertos por la implosión de sendos Jets comerciales sobre las Torres Gemelas que dejaron de existir en septiembre negro del 2011. Y por estos lares, esta cifra es rebasada multiplicada por setenta y cinco. Nadie puede decirse engañado.
¿Qué hacer entonces? Algunos insisten en la necesidad de votar para rectificar sin darse cuenta de que los grupos en el poder ya tienen resuelta la perspectiva anulando el valor unipersonal del sufragio; otros alegan que es necesario seguir manifestándose pese al acoso de las policías –en Sonora, por ejemplo, se advirtió a los universitarios del riesgo que corrían si marchaban para exigir el esclarecimiento de la matanza de Iguala-, hasta ser escuchados por “los de arriba”; y algunos, a través de las redes sociales, desbordados, llaman a una revuelta general sin el menor sentido operativo ni alguna posibilidad de éxito. Hay demasiado temor entre los mexicanos para iniciar revoluciones.
Demostrado está que todos los partidos y sus dirigencias están hondamente contaminados. Ninguno se salva ni siquiera los que acaban de obtener su registro y cooptan a los peores pepenadores de basura de la clase política; me ofende repetir sus nombres pero son tan cínicos que no tienen empacho de hablar de “antidemocracia”, como un reflejo de la burda cinta “La Dictadura Perfecta”, sin detenerse en que fueron ellos los causantes de la célebre “caída del sistema”, en 1988, cuando el fraude electoral se consumó con el mayor descaro posibilitando la usurpación salinista. Como no hay memoria, algunos alegan que sólo importan los actuales discursos nacionalistas… cuando ellos, esos sujetos delamadridianos que pululan entre curules y escaños, fueron quienes fincaron los autoritarismos que ahora cuestionan. Dan náuseas, por decir lo menos.
¿Qué hacer?, me repiten sin cesar. Queda la digna salida de la desobediencia civil –la misma a la que convocó Gandhi contra el imperio británico-, y la resistencia pacífica sin sometimiento alguno. No se requiere llegar a los niveles del martirio, como en la India, pero sí de la firme convicción de la mayoría sobre la ineficacia de los partidos y de los gobiernos emanados de ellos. Puede comenzarse cerrando las puertas del país a la clase gobernante. ¿Cómo? Evitando asistir a convocatorias oficiales, actos presidenciales o periplos de virreyes en condición de “ministros”. No existe mayor carga de caballería que el desprecio. Tengámoslo.
Debate
Los voceros y panegiristas oficiales encontraron, en el tiroteo dentro del Parlamento de Canadá en Ottawa, el pretexto magnífico para hacer comparaciones: si tal sucede en una potencia primermundista, ¿por qué nos sorprenden “incidentes” como los de Tlatlaya e Iguala y los demás que vayan acumulándose? Sólo que allí el agresor fue abatido y sólo un soldado cayó muerto ante el ataque irracional. Es ésta una diferencia sustantiva.
En cambio, podríamos comparar nuestras tragedias –incluso las muertes de veinte personas, en el transcurso de media hora en el mediodía del miércoles 22 de octubre, en Matamoros y Río Bravo, Tamaulipas-, con las matanzas brutales de Ruanda en donde los hutu y los tutsi se enfrentaron brutalmente en abril de 1994 dejando a su paso cientos de cadáveres como asfalto de alguna carretera. No tuvieron tiempo ni de abrir fosas clandestinas ni les importó siquiera a quienes pretendían con ello dar un escarmiento brutal. (Recomiendo a los lectores la película Hotel Rwanda, ésta sí retrato fiel del drama, para que mediten sobre los alcances de los dramas sociales interraciales).
Más nos vale, entonces, no comparar ni pretender que el gobierno se refugie aduciendo que los índices de criminalidad son más altos en la convulsiva Brasil que en México. O que en España, en fase d romperse, hay también manifestaciones de protesta en las que se han incluido las mantas sobre los normalistas de Ayotzinapa quienes fueron llamados “semillas de guerrilleros” por el atroz ángel aguirre rivero. No más falacias, no más tolerancia.
La anécdota
No basta con reseñar sólo a tres de los gobernadores de la República para recoger las evidencias sobre el descontrol casi total de la República, pero resulta ilustrativo sobre todo porque quienes encabezan el podio de los peores pertenecen a distintos partidos. Veamos:
1.- ángel aguirre rivero, de Guerrero, renegado priísta que aterrizó en el PRD con el apoyo ¡de peña nieto! Los acontecimientos reseñados, no sólo en Iguala sino a lo largo de la Tierra Caliente y la sierra –mucho más graves que los asesinatos de Aguas Blancas, en junio de 1995 cuando rubencito figueroa alcocer salió del gobierno a cambio de su impunidad-, inhabilitan moral, histórica y jurídicamente a este personaje.
2.- Egidio Torre Cantú, de Tamaulipas, incapaz de frenar los chantajes del narco y sus matanzas, ni siquiera para intentar esclarecer el crimen de su hermano Rodolfo, asesinado en las vísperas de la elección, el 28 de junio de 2010. Éste sujeto es priísta.
3.- Rafael Moreno Valle, quien pretende la candidatura presidencial del PAN que ya se le esfumó por su autoritarismo acendrado, autor de la llamada “ley bala” que ya sumó como víctima a un niño de trece años, José A. Tehuatlie, sin que se haya procedido correctamente con pesquisas serias. Quizá porque se trata de un chico indígena pero tan mexicano, o mucho más, que los vástagos de los Moreno Valle aunque se sabe de la peculiar afición del mandatario.
PRD, PRI y PAN. Asesinos o narcotraficantes. ¿No es hora de reaccionar?
Fuente: AZDIARIO.MX
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