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se constituyó no sólo en el genio militar de la insurgencia, el héroe que rompió el sitio de Cuautla, proeza bélica de primer orden, sino quien también fraguó y forjó el alma del Estado Mexicano, a través de Los Sentimientos de la Nación, el Congreso de Anáhuac y la Constitución de Apatzingán.
Morelos no dio tregua a la corona, sus cinco campañas militares lo hicieron ser conocido como “El rayo del sur”. España tampoco le concedió cuartel, las fuerzas realistas no escatimaron ningún esfuerzo hasta capturarlo y ejecutarlo. Contrario a lo que pudiera considerarse, y al marcado acento a favor de los americanos que consignan los Sentimientos de la Nación, el Generalísimo Morelos, no se opuso del todo a España.
Resulta que en marzo de 1812, José María Cos, vicario castrense del Ejército Insurgente, redactó el Plan de Paz y Guerra, una propuesta que no prosperó, tendiente a alcanzar la paz con la Metrópoli y a la emancipación de la Nueva España. En dicho documento, Cos propuso que con autonomía, México quedara sujeto al rey. Al ser leído en su presencia ese punto del plan, Morelos se puso de pie y pronunció: “¡Viva España! Pero España hermana, no dominadora de América”. Ahí queda hoy, el ejemplo del genuino Padre de la Patria para los radicales de la Cuarta Transformación.
El fusilamiento de Morelos fue el revés más certero al anhelo insurgente, al cual siguió un periodo de impasse con la resistencia de Vicente Guerrero en las montañas del sur y finalmente se alcanzó la consumación de la independencia con Iturbide en 1821. La independencia dio paso al Estado Mexicano, pero el precio fue caro, sobrevino el Primer Imperio, después la República.
Se sucedieron asonadas, cuartelazos, enfrentamientos con España, Francia y la dramática mutilación territorial e invasión norteamericana de 1846-1847. La joven república se debatió entre el modelo conservador, nostálgico del antiguo orden y el liberal inspirado en el espíritu de la Revolución Francesa y la independencia de las Trece Colonias británicas. Como ya se ha mencionado en este espacio, los jóvenes oficiales virreinales se convirtieron en los mandos del Ejército Mexicano, y uno de ellos, Santa Anna, fue la figura prominente de la política mexicana hasta su caída en 1855.
La Revolución de Ayutla de inspiración liberal, derrocó a un Santa Ana, tentado a coronarse rey de México, que incluso se hizo llamar Alteza Serenísima, título que Iturbide le había negado en 1822 y que previamente fue también adoptado por Miguel Hidalgo. Sin embargo, el triunfo de la Rebelión de Ayutla, no significó el fin del absolutismo, sino que recrudeció las posiciones encontradas entre liberales y conservadores. Los primeros redactaron la Constitución de 1857, los segundos con el clero y el ejército de su lado, se negaron a perder fueros y privilegios de reminiscencia virreinal. La promulgación de la mencionada Carta Magna del 57, fue la chispa que hizo estallar un barril de pólvora, iniciando así la Guerra de Reforma o de Los Tres Años (1857-1860)
La Guerra de Reforma que en palabras del destacado historiador británico Will Fowler, fue el conflicto del que nació el estado laico mexicano así como la contienda más cruenta que conoció México hasta la Revolución Mexicana de 1910. El bando conservador tuvo la ventaja de contar con mandos competentes provenientes del ejército profesional, tales como Zuloaga, Osollo, el cruento y taimado Márquez autor de masacres y traiciones y Miramón, cabeza indiscutible de su facción. Esto le dio a los conservadores la iniciativa y las expectativas del triunfo. Pero mientras Miramón vencía sin cesar a Santos Degollado el “Héroe de las derrotas”, también sufrió descalabros como el fracaso al sitiar Veracruz, sede del gobierno liberal y republicano de Juárez, y errores graves como haber requisado fondos resguardados en la legación británica.
Los liberales con enorme determinación fueron tornando las derrotas en victorias, surgieron figuras como Zaragoza, Porfirio Díaz, González Ortega, Mariano Escobedo, el español Nicolás Regules así como toda una constelación de talentos civiles y militares que fueron los hombres de la Gran Década Nacional (1857-1867). El 22 de diciembre de 1860, se dio la batalla decisiva en San Miguel Calpulalpan, en el Estado de México, ahí las fuerzas liberales de Gonzalez Ortega, vencieron en definitiva al Ejército Conservador de Miguel Miramón. La victoria liberal finalizó con la guerra, y el 1 de enero de 1861, las tropas de Juárez marcharon por las calles de la Ciudad de México, en un desfile que recordó a la parada del Ejército Trigarante en 1821.
El triunfo de la Reforma, no trajo la anhelada paz ni la concordia, vendrían años de sacrificio luchando contra la intervención y el imperio, pero sin duda alguna, lo ganado en Calpulalpan, sembró los cimientos de la victoria final sobre Maximiliano de Habsburgo en 1867.
No deseo concluir, sin desear a quienes amablemente leen esta líneas, mis mejores deseos con motivo de la próxima Navidad.
Fuente: Índice Político.
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