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Fuimos testigos de la afirmación, hasta el abuso, de AMLO de asegurar que, a más tardar en el segundo año de su mandato, la economía mexicana crecería a un 6 % anual. Al transcurrir su pésima gestión, su sexenio concluyó con un pírrico crecimiento de entre el 0 y el 1 % anual del PIB, o sea, un estancamiento crónico. A siete años de su malograda gestión morenista, estamos más cerca del 0 que del 1% anual.
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Esta situación es más alarmante si comparamos el desempeño de México con el resto del mundo. Nuestro crecimiento es ínfimo comparado con nuestros socios comerciales, Canadá y Estados Unidos, y muy lejos de lo que han logrado los países europeos y asiáticos. Es vergonzoso que estemos a la cola de las naciones latinoamericanas. ¿Qué economistas serios o gente de buen pensar se atrevería a decir que podríamos abatir la pobreza en una economía estancada?
¡Ah!, pero para pretextos y evasivas, esta izquierda decadente se pinta sola. Con cara dura dicen que es el contexto de la pandemia y una administración como la de Trump la que nos tiene en esta situación, como si ese mismo contexto no fuera aplicable para el resto del mundo con mucho mejores resultados. Un buen diagnóstico es que la 4T nunca tuvo una estrategia económica bien elaborada. Sus rasgos son la incompetencia al colocar en posiciones clave a gente improvisada y sin el perfil y preparación idónea para los cargos
Está más que claro que la corrupción se entronizó en la 4T, rompiendo todos los récords del siglo pasado y del presente, por su magnitud y desmesura. Consecuencia de ello es que ya es un rasgo distintivo de la 4T, la mediocridad en todos los escenarios, social, económico y cultural. Nada más recordemos el daño que hizo a la ciencia la directora del CONACYT, que afirmaba que sus decisiones se sustentaban en la "ciencia del pueblo" versus "ciencia neoliberal". De ahí sus agresiones a la comunidad científica nacional. Todos recordamos la promoción que hizo de su vacuna "Patria", a la cual se le destinó un buen presupuesto que se fue a la basura, porque esta vacuna nunca se distribuyó, a costa de la salud de los mexicanos.
El gobierno de AMLO contrajo los recursos destinados a la cultura y la ciencia. Se quedarán en los anales de la historia los ridículos montajes de humo e incienso en adoratorios para dioses prehispánicos, que ofenden por sus instrucciones y falsedades al prestigiado legado de la antropología de México.
Un buen observador constataría el abandono, la relegación y desatención de las comunidades indígenas, fuera de su uso humillante como escenografía de los shows de la 4T. No hay estrategias ni proyectos que permitan a los pueblos indígenas ser autosustentables y crecer con autonomía social, económica y culturalmente. Tuvo más sentido y pertinencia los logros de Xóchitl Gálvez al frente de la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas. Durante su gestión con Fox, construyó caminos, centros de capacitación para redimensionar las artesanías, apoyo a la infancia y a mujeres indígenas, y el fortalecimiento como nunca de las escuelas bilingües.
En cambio, el gobierno de Morena, con su ausencia de un apoyo trascendente (que no atente con dádivas, a la dignidad como sujetos independientes) con el reto de superar la pobreza crónica y extrema, se le suma la canallada de dejarlos expuestos al crimen organizado con el cobijo y complicidad de los tres niveles de gobierno y el usufructo del botín de tráfico de personas, su reclutamiento y la obligación de ayudar en el trasiego de drogas.
Los proyectos educativos de gran calado para superar el ostracismo están ausentes. La desnutrición aberrante y la vileza de no ofrecerles la asistencia médica adecuada refleja el bajo espíritu y la insensibilidad de los gobiernos de Morena.
Los que participamos en Somos y Nueva República pretendemos retomar el camino de la reconstrucción democrática, del ejercicio pleno de libertades, cuyo eje es el bien común. En mi particular punto de vista no tengo empacho en calificar a la autollamada izquierda de Morena como conservadores, militaristas y traidores (por qué buscan regresar a la concentración del poder como en los más obscuros periodos del presidencialismo y el caudillismo).
Es cierto que en un tiempo compartimos los mensajes de las canciones de Violeta Parra y Víctor Jara, que nos permitían soñar en un mundo mejor; en cambio, hoy con tristeza los vemos, en lo que se refiere al ejercicio de libertades políticas y democráticas, más cercanos a Pinochet, Videla y Gustavo Díaz Ordaz.
Democracia de las mayorías le llaman a su insaciable sed de poder. El pueblo, supuestamente encarnado en la presidencia, ha tomado ya el poder del legislativo y del judicial. Antes, con las reformas a la seguridad, debilitó el control civil y reforzó la militarización, al ampliar las facultades de inteligencia a la Guardia Nacional, sin garantías de rendición de cuentas.
Ahora va por el pleno control de la sociedad, desde el registro de la población con la nueva cédula de identidad, hasta su posible y factible (con la aprobación de sus jueces), intervención total en la vida privada de las personas y en los medios de comunicación, pasando por la limitación del derecho de amparo de las personas y la eliminación de las minorías y de la oposición política con la reforma electoral, además de desaparecer a la ciudadanía libre para volver al pueblo de súbditos.
La vieja República ha podido ser restaurada por el liderazgo de un hombre con infinitas ansias de poder, que recurrió conscientemente a los métodos y procedimientos políticos más atrasados y arraigados en la población, apelando a la venganza de los agravios recibidos durante siglos, pero inventando enemigos omnipresentes y difusos (el neoliberalismo, el conservadurismo, los fifís) que solo le sirvieron para polarizar las posiciones (quien no está conmigo está contra mí) y crear un núcleo de fanáticos y otros conversos de buena fe.
Ya con la palanca del poder y el dinero, crearon una base social de apoyo y una expectativa de reproducción, fortalecimiento y ampliación de ese poder, capaz de atraer también a los oportunistas y, a partir de ahí, instaurar la autocracia demagógica.
Así, sin modificar las causas estructurales de la desigualdad y la pobreza, y sin tomar las medidas de fondo para combatirlas, los avances seguirán siendo pírricos y el desarrollo, en el mejor de los casos, se mantendrá en la mediocridad o el estancamiento o, en el peor, en la crisis, la recesión y la depresión.
Pero el asesinato de la incipiente república democrática no es el único crimen cometido por la demagogia y sus enajenados. Ahí están el ecocidio del Tren Maya, construido con el resguardo del interés nacional, violando todas las leyes ambientales y de procedimiento administrativo. La refinería de Dos Bocas, la pésima estrategia y administración corrupta de PEMEX y la CFE; la compra de Mexicana de Aviación, la mega farmacia que no sirvió para nada y un largo etcétera.
El desvío de recursos que dejó en el atraso a la salud, provocando el padecimiento infinito y la muerte de muchos, dada la escasez de recursos y la pésima atención, como sucedió durante la pandemia, al igual que a la educación, concedida además a los intereses de diversos grupos que la han hundido en el atraso y el desvarío.
Mientras tanto se cumple a pie juntillas las instrucciones de los EE. UU. además de mantener a toda costa el TLC (T-MEC) y el esquema macroeconómico consolidado desde Zedillo, pero sin ninguna capacidad para impulsar el crecimiento de la economía (y menos aún la inversión por la desconfianza generada) y de hacer las reformas de fondo que permitirían resolver las causas estructurales de la pobreza, la desigualdad, la inseguridad, la violencia y la corrupción.
Ahora, frente a la nueva remodelación del mundo impulsada por Trump y protagonizada por las tres principales potencias, se nos ha presentado el Plan México como el barco para surcar tan peligrosas aguas (y que bien hubiera podido impulsar cualquiera de los presidentes del período estabilizador o del neoliberal), y que nos deja a la deriva, sin agenda propia con la cual participar en las transformaciones mundiales.
México aspiraba hasta hace poco a ser un espacio de convivencia universal, democrático, plural y diverso, sustentable y cordial. Y con esos ideales participar y defender tales valores en la nueva remodelación del mundo. Pero ahora ha sido dividido y alineado con los países autócratas, más parecido en los hechos al régimen que quiere instaurar Trump en los Estados Unidos. Por eso el gobierno se dedica a cumplir mal que bien las condiciones que exige el presidente norteamericano y no construye su propia narrativa.
El discurso acepta como fatalidad los aranceles, las redadas de migrantes, las amenazas de intervención, etcétera, en lugar de levantar su voz opuesta a la visión de Trump, y buscar la unidad de todo el pueblo mexicano y las alianzas con las fuerzas democráticas en los propios Estados Unidos, Canadá, Europa, América Latina y el resto del mundo capaz de apoyar la migración y la democracia como derechos humanos y el respeto entre las naciones, a su diversidad y pluralidad y al planeta mismo, en la defensa del medio ambiente.
Porque una cosa es aceptar la enorme desigualdad en cuanto a poderío entre México y los EE. UU. y otra muy distinta es abandonar la visión y la agenda propias para participar en el concierto de las naciones.
Fuente: E-consulta.
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