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y de otros líderes que habían alzado su voz contra la extorsión y la violencia, como Bernardo Bravo, así como de otras personas como la exmaestra Irma Hernández, en Veracruz, y de decenas de miles más, denotan un clima de horror en el país. No hablamos sólo de un Estado de derecho ausente u omiso, sino coludido con el crimen organizado y/o hasta absorbido por éste.
Sí, son algunas regiones, pero vastas zonas, donde parece imponerse la ley del plomo, la ley del más fuerte, la ley de la selva. El Estado de derecho parece ser un islote a donde muy pocos tienen acceso; lo demás pareciera ser el naufragio de un país que, de repente, se vio lanzado al mar embravecido de la extorsión, la violencia y el crimen. Dos Méxicos: una isla y el mar de sangre y muerte. El miedo parece ser el clima generalizado. El único que no mira la realidad es el régimen gobernante del país.
Pero la política del avestruz no resuelve nada. Echarle la culpa al pasado no es algo sensato ni racional. Justamente se trata de recuperar el sentido común y la razón, que son los elementos que se le han concedido a los seres humanos para resolver los problemas a que se enfrentan de forma humana, no bajo la ley de la selva. Eso es precisamente la genuina política: mirar los problemas, mirar la realidad, para plantear y plantearse cómo se pueden resolver de la mejor forma, en beneficio de todos.
El régimen actualmente gobernante está enceguecido; sus líderes se han vuelto incapaces de conciencia crítica y moral del poder; no sólo no han podido resolver la impunidad ni la corrupción, sino —algunos— se han vuelto sus más explícitos portadores. Nunca se dieron cuenta que la verdad nutre a la razón, la razón a la honestidad y esta trilogía sirve para ejercer y contener al poder. Simplemente confundieron honestidad con poder: se creyeron honestos y eso bastaba. Así de fácil.
Pero no se puede ser honesto sin reconocer la verdad, sin reconocer lo que son las cosas, la realidad misma. Y el régimen no podrá serlo sin quitarse la venda de su ideología. Le hace falta un poco de filosofía, un poco de crítica, un poco de sentido común. Pero su dinámica no es esta, ya lo ha mostrado en la anterior administración y en la actual. Su lógica es la lógica del poder: una vez accediendo a éste, hay que mantenerlo e incrementarlo; basta una suficiente base electoral y el poder será eterno.
No hay peor ciego que el que no quiere ver, dice el refrán. Pero eso aplica no sólo para el gobierno, no sólo para el Estado, sino también —y sobre todo— para la sociedad. La sociedad está entre dos conjuntos de intereses, incluso podríamos hablar de tres: 1) Los del Estado y los políticos; 2) Los del crimen organizado; 3) Los del mercado. Y aunque ni el Estado ni el mercado representan la totalidad de la realidad humana y sus profundas aspiraciones (de hecho, las han defraudado), no dejan de ser relevantes.
La sociedad mexicana misma es compleja y con profundas contradicciones históricas, culturales y, sobre todo, políticas. Aquí es donde se requiere un poco de filosofía: para mirar nuestra realidad y nuestro lugar en ella. Ser conscientes de nosotros mismos es ya una primera luz que la filosofía puede brindarnos. Sí, el saber filosófico pretende mirar la realidad toda en su profundidad, en su radicalidad, que es el ser mismo que la constituye, pero ello no puede darse sin una conciencia sobre lo que somos.
¿Quién soy yo? Se traduce en: ¿quiénes somos nosotros, los que formamos esta sociedad que camina en el tiempo y que vive este momento histórico, a la que denominamos: México? Esa pregunta nos lleva a un núcleo de interrogantes que tienen que ver con los rasgos de una filosofía inicial, básica, de sentido común para ubicarnos en la vida cotidiana, que parte incluso de ésta, se vuelve como una luz de la acción y desemboca en el ámbito de lo que somos como seres humanos: nuestra humanidad.
“La filosofía —dice Jaspers— brota antes de toda ciencia allí donde despiertan los hombres.” (A). Desde luego, no se refiere al estudio y cultivo que da como resultado ese corpus que denominamos saberes filosóficos, sino a algo previo que es condición sine qua non para que brote aquél. 1) Todos podemos acceder, por humanidad, destino y experiencia, a la comprensión de nuestro ser; 2) Tal conciencia parte de nuestro yo personal; 3) Ciertas mentes —como las víctimas— ven lo que no ve la mayoría.
Por último, 4) La filosofía está siempre presente en los decires populares, los refranes, los dichos, la retórica de los sectores —incluso políticos, económicos, etcétera— y, de forma privilegiada, los contenidos míticos y religiosos. En suma, si no queremos perdernos en el abismo de la violencia, de la impunidad y de la corrupción, es preciso volver a lo básico, rescatarlo, vitalizarlo, para darle salud a nuestro tejido social. En este cúmulo de decires y saberes quizá podamos reconocernos como hermanos.
Nota
A Karl Jaspers (2023): La filosofía desde el punto de vista de la existencia, Fondo de Cultura Económica, México, p. 8ss.
Fuente: E-Consulta.
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