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Lavarse las manos
Noticia publicada a
las 01:26 am 10/11/25
Por: Manuel López San Martín.
¿Se asume con el diagnóstico de lo que se hará, o se improvisa sobre la marcha?
¿Se llega al poder para gobernar o para repartir culpas? ¿Para asumir responsabilidades, o para repartirlas? ¿Para encarar los problemas o buscar que otros carguen con ellos? ¿Para resolver o justificarse? ¿Se asume con el diagnóstico de lo que se hará, o se improvisa sobre la marcha?
La presidenta Sheinbaum decidió desde el inicio de su gobierno dar un viraje en muchos rubros, pero uno en particular ha sido evidente: seguridad. No lo dice, pero en los hechos lo demuestra: la estrategia de ‘abrazos, no balazos’, fracasó. Sangró a México. El experimento de AMLO derivó en el sexenio más sangriento en la historia, con más de 200 mil asesinatos. Sheinbaum encargó la seguridad a un buen policía, el secretario de Seguridad Omar García Harfuch, quien tiene toda su vida en el campo, en la primera línea, enfrentando criminales.
Pero el camino está empedrado. La herencia de López Obrador y su sexenio, que permitió como nunca el empoderamiento de la delincuencia organizada, es un cáncer bien arraigado. Desde luego, antes de ese sexenio, las cosas tampoco marchaban bien. Los gobiernos de Peña Nieto y Calderón evidenciaron el contubernio entre autoridades y criminales, pero al menos había como política de gobierno la intención de combatir a los delincuentes. Como la hay ahora. Pero el sexenio de AMLO fue un agujero negro. Tanto, que incluso ha desaparecido del discurso del gobierno federal actual. Para no golpear la ineptitud del lopezobradorismo, se ha preferido no hablar de ella. Para no evidenciar el fracaso y desnudar las complicidades, mejor se brincan esa parte de la historia reciente.
El cobarde asesinato de Carlos Manzo no hubiera ocurrido sin las omisiones que rayan en complicidad de autoridades y gobiernos, comenzando por el de Michoacán. No se trata de buscar culpables, sino de hablar con verdad. Si el Estado mexicano no puede cuidar de un alcalde que alzó la voz, pidió ayuda y a quien en teoría se protegía, ¿de quién sí puede cuidar?
Mirar 19 años atrás, al inicio de la ‘guerra’ contra el narco emprendida por Calderón contextualiza, sí, pero ya no funciona como argumento. Casi dos décadas han pasado y los responsables de la espiral no pueden estar tan lejos. ¿Para qué se ha sido gobierno entonces? ¿Pasó de noche AMLO? ¿O más bien se enraizó en su administración el poderío criminal?
Los gobiernos no lo son para poner pretextos, sino para resolver. Tampoco tienen varita mágica, cierto. Pero están donde están porque pidieron el voto, plantearon soluciones, esbozaron rutas y caminos para salir de las crisis que nos consumen como país, marcadamente la de violencia en inseguridad. Un buen primer paso fue dar un volantazo en la estrategia fallida.
Se entiende que en las crisis se busque minimizar el impacto de los golpes mediáticos, desviar la atención y trasladar culpas a otros, pero no es lo correcto. Lo deseable es que quien ostenta el poder lo asuma en toda su amplitud. Gobernar es decidir, es responsabilizarse y asumir con entereza las consecuencias de las políticas emprendidas. Reconocer errores y hacer frente a los yerros para, a partir de ellos, gobernar mejor. Lavarse las manos implica todo lo contrario.
La cabeza del Estado mexicano no debería pelear con medios y periodistas, con opositores e intelectuales, o con ciudadanos enojados y agraviados. Tendría que colocarse por encima. Cerrar frentes y llamar a la unidad. Porque, está claro después de décadas: si lo que realmente se busca es la paz y seguridad, se necesita de todos los mexicanos de bien, que somos muchos más.
@MLOPEZSANMARTIN