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Soy mi nombre
Noticia publicada a
las 01:17 am 03/08/21
Por: Elia Martínez Rodart.
Las personas nos definimos por muchas razones, atributos y cualidades inherentes a nosotros y una de ellas es nuestro nombre. Nos define y cuenta una historia que nuestros padres y madres quisieron decir acerca de nosotr@s, lo cual no siempre quiere decir que nos vaya a gustar.
Yo tengo un segundo nombre que es Guadalupe, por lo tanto,
todas las personas me dijeron Lupita durante 17 años mientras viví en Saltillo. Tan pronto pude maté a Lupita y me puse Elia, porque la verdad es que nunca me gustó ni me ha gustado el nombre de Guadalupe. Es un nombre que la gente desdobla y nombra de acuerdo con el estado de ánimo en que se encuentre entonces, de acuerdo con el estatus que se tiene con alguien es como sonará: Guadalupe (alguien muy serio y severo o que no te conoce), Lupita (el mundo entero), Pita (la gente con escasos recursos intelectuales), Lupanita (así me nombraron en una nota una vez), Lupe (gente absoluta y rotundamente enojada conmigo) y así hasta el desdoblamiento de identidad hacia múltiples universos paralelos. Eso sin contar con toda la carga semántica de portar el nombre, sin ser una persona religiosa o creyente. El nombre en sí es hermosísimo y su etimología más bella aún: quiere decir río de lobos. No fue un rechazo al nombre sino a las identidades o estados de ánimo a las que me remitían, y también fue una forma de empoderarme en la identidad que yo quería mostrar con el nombre Elia, que me gustó mucho siempre porque tiene un diptongo.
Entonces quienes me conocen desde siempre me dicen Elia y mi familia me dice Lupita. Lo asumo con resignación. Hay personas que saben que me llamo Guadalupe y me dicen Lupita y para mí, por supuesto, es una obvia agresión. Pero creo que el asunto del nombre hasta ahora lo he podido capotear porque no quiero controversias innecesarias.
Pero hace una semana me escribió una chica: “…no sé si me puedes orientar en eso, no es un tema de sexo. Mis papás perdieron dos hijos antes de que yo naciera, entonces me pusieron (…), que es un nombre que me ha traído muchos problemas de bullying desde la escuela. Hacían frases obscenas o me decían groserías que rimaban con mi nombre, lo que era mi sufrimiento en la escuela que pudo haber terminado en la secundaria, en donde me autonombré de otra manera para parar con esa violencia por mi nombre. Entonces más o menos empezó a bajar, pero mis papás una vez vieron una invitación con mi nombre que me autopuse y ellos hicieron un escándalo. Ya después, cuando cumplí la mayoría de edad, me cambié el nombre legalmente, entonces fue cuando les anuncié a mis padres que ya me llamaba de otra forma…lo tomaron de la peor forma y por mucho tiempo se enojaron y me apartaban hasta que volvimos a llevarnos. Fue cuando me di cuenta que ellos me llamaban por mi antiguo y feo nombre y me dijeron que no iban a cambiar…”.
A esta lectora, además de canalizarla con una terapia adecuada, le recomendé que siguiera firme en su auto denominación porque es un derecho humano y universal tener un nombre que portemos con dignidad. Todas las personas debemos ser llamadas por una denominación que nos guste y nos haga sentir cómodos.
Sí es una forma pasiva agresiva de reclamar a la hija por el cambio del nombre y el desafío a la decisión paterna y materna, pero estos deben recordar asimismo que hijos e hijas son otras personas no iguales a ellos.