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Palabras al viento
Noticia publicada a
las 05:05 am 30/03/20
Por: Javier Villarreal Lozano.
Será por el temor que provoca la pandemia o por el encierro al que nos ha obligado, pero a través de los medios de comunicación y de las redes sociales, parece aumentar día a día el termómetro de la crispación nacional. No es nada nuevo, desde luego.
La polarización del país es un hecho que, alentado desde las más altas esferas del poder,
ha dividido a la sociedad abriendo brechas cada vez profundas por razones de clase, ideología o situación económica. Motivos no faltan.
Lo nuevo es que ya no se trata de la crítica fincada en el desacuerdo y en opiniones contrarias. No. Ahora, algunos articulistas y usuarios de las redes sociales rebasan cualquier frontera de la controversia o el debate y se despeñan en el insulto.
Así, un capital de industria, quien se identifica como alto directivo de una firma refresquera, aparece en la pantalla del celular para no bajar de inepto al presidente Andrés Manuel López Obrador y pedirle, no que dimita o pida licencia, sino que “se largue”. Esto a modo de corolario de su exposición y después de mentarle la madre.
En otro sitio, un hombre cuyo nombre no dice nada, empieza a vomitar improperios contra el Presidente, utilizando un lenguaje digno de la peor tertulia de borrachos en la más infecta cantinucha arrabalera.
Tales explosiones de irritación quizá enciendan o aumenten el enojo de algunos, pero, en realidad, no aportan nada a la solución de los problemas y tampoco hacen propuestas atendibles para remediar la situación.
Es cierto, López Obrador restó importancia a la crisis sanitaria que se nos echaba encima y llegó a frivolizar el tema, hasta que la pandemia empezó a mostrar su peor cara. También resulta innegable que la crisis financiera mundial y la caída en picada de los precios del petróleo hacen de la ya de por sí frágil economía nacional la víctima perfecta.
Tampoco puede negarse el gravísimo error de haber propiciado la celebración de la ridícula consulta de Mexicali, la cual suspenderá la terminación de una planta cervecera que había invertido ya 900 millones de dólares.
Error garrafal cometido en el peor de los escenarios, cuando la única luz que pudiera encenderse en el negro túnel de la recesión anunciada es la cada vez más remota posibilidad de nuevas inversiones ya sean nacionales o extranjeras.
No cabe duda: hay motivos para preocuparse y hasta para sentir rabia. De acuerdo, pero ¿insultar al Presidente y al Gobierno federal en conjunto remedia algo? Personalmente pienso que no. Son voces destempladas capaces solamente de permitir desahogos personales y, posiblemente, animar a otros a unirse al coro de gritos y maldiciones.
La inutilidad del torrente de imprecaciones cae y seguirá cayendo en el vacío por una sencilla razón: la inexistencia de una oposición verdadera; una oposición que además de señalar errores haga propuestas viables dignas de ser escuchadas. La popularidad del Presidente puede ir a la baja –como ocurre ahora–, pero eso no pasará de ser anecdótico mientras no se llene el hueco dejado por quienes ya no lo apoyan.
Los enemigos de AMLO sonreirán al contemplar la curva descendente trazada por las casas encuestadoras; algunos comentócratas podrán ufanarse al repetirnos “se los dije”; los vociferantes encontrarán una justificación, digamos moral, de sus mentadas de madre, y el país no habrá avanzado ni un centímetro hacia la solución de sus muchos y graves problemas. Ni un solo centímetro.