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EL DEBATE Y EL TEFLÓN DE AMLO
Noticia publicada a
las 04:12 am 25/04/18
Por: Francisco Báez Rodríguez.
Los saldos definitivos del primer debate presidencial de 2018 no se conocerán hasta después de la cita ciudadana en las urnas. Los primeros saldos en fijo, hasta que aparezcan las primeras encuestas serias de preferencia electoral. Lo que se puede hacer hoy es revisar los saldos potenciales, de acuerdo con la percepción expresada en sondeos varios y en las redes sociales. No se trata de saldos menores.
Había, antes del debate, un consenso casi generalizado en que era necesario noquear a López Obrador o, cuando menos, dejarlo muy mal parado, para evitar que la contienda se decidiera de antemano. Eso lo sabían todos los aspirantes, de ahí las estrategias.
La de AMLO, quien sabía que iba a ser el blanco de la mayor parte de los ataques, fue nadar de muertito —para lo que no necesitaba mucha preparación previa— y contestar lo menos posible las acusaciones y señalamientos. No podía perder la cabeza y demostrar su talante autoritario. En distintos momentos, su lenguaje corporal lo delató: estaba a disgusto, porque lo suyo es la arenga, no el debate. Y se pasó en eso de contestar lo menos posible: sólo lo hizo en un par de ocasiones. Dejó la impresión de que no tenía respuestas.
José Antonio Meade y Ricardo Anaya tenían ante sí una doble tarea, más cuesta arriba en el caso del priista: ir tras López Obrador para bajarlo en las intenciones de voto y demostrar, cada uno, que él es la verdadera opción para los millones de votantes anti-AMLO. La esgrima verbal fue mucha hacia Andrés Manuel y, entre ellos, fue más limitada de lo esperado. Quien salió mejor parado fue Anaya.
Si uno leyera la transcripción escrita del debate, encontraría que Meade hace las acusaciones más fuertes hacia López Obrador, y que tiene un discurso estructurado. Pero un debate también es esgrima verbal, es rapidez de reflejos, también es expresión de emociones, es enviar mensajes no verbales convincentes. En eso Meade se vio como un competente funcionario público, que acusaba a Andrés Manuel de “títere de los criminales” con la misma vehemencia con la que se refería al Plan Nacional de Desarrollo. Ahí perdió.
Anaya tuvo a bien no perder demasiado tiempo en la acusación de la nave industrial —blandió la resolución del TEPJF sobre la indebida intervención de la PGR como salvoconducto—, lanzó algún puyazo bien colocado a Meade —la respuesta del 7de7, destinada a deshacer el leit motiv del candidato honesto del partido quemado— y también le dio sus llegues a López Obrador. Tal vez, si de verdad quiere sacarle votos a AMLO, le faltó ser más contundente respecto al presidente Peña Nieto.
Margarita Zavala fue incapaz de hilar dos ideas. Su entusiasmo fue, a todas luces, insuficiente para suplir la necesidad de ser articulada. Dio la impresión de haberse preparado para un debate más acartonado, como los del 2006 o 2012, y tampoco fue capaz de trazar una línea divisoria que separa su proyecto del que llevó a cabo Felipe Calderón. En el segmento de democracia fue especialmente débil.
Jaime Rodríguez, El Bronco, se vio relajado y provocador. Como el candidato que no tiene nada que perder, pudo cotorrear con los otros, hacer propuestas absurdas —la que se recordará por años es la de mochar manos— y todavía se dio el lujo de acusar a los otros de decir barbaridades.
Las mediciones hasta ahora dan a Anaya la victoria. Meade se desdibuja. López Obrador no sale tan mal porque cuenta con una base de incondicionales que siempre dirán que él ganó —pero notablemente, en ningún caso el porcentaje de quienes lo vieron ganador en el debate se acerca al que tiene las encuestas de preferencia electoral—.
Tan es evidente que Andrés Manuel no salió bien librado del debate, que muchos de sus partidarios en las redes sociales argumentaron no que ganó, sino que lo importante no es hablar bonito, sino tener un buen proyecto de nación. Pero también es cierto que no se dio el esperado nocaut, que AMLO se siente con un colchón lo suficientemente amplio como para seguir en la misma estrategia y que el teflón que cubre al candidato de Juntos Haremos Historia tiene varias capas de espesor.
Tomando en cuenta los números con los que partieron, las evaluaciones iniciales del post-debate y el efecto que estos ejercicios han tenido en otras ocasiones sobre las intenciones de voto, se puede concluir que López Obrador seguirá encabezando las encuestas, aunque quizá con una ventaja no tan amplia; que Anaya se posiciona como el candidato mejor colocado para hacerle competencia a AMLO y tratar de jalar hacia sí el voto útil; que Meade —sin haber perdido propiamente— resulta afectado, porque se rezagará relativamente en la contienda; que con Margarita Zavala quedarán sólo los fieles de la más estricta observancia y habrá un flujo hacia Meade o Anaya; que El Bronco habrá logrado el objetivo de forjar una candidatura de distracción —que quién sabe a quién terminará por beneficiar—.
Es poco probable que el debate en Tijuana, por los temas de política exterior y migración, se convierta en un parteaguas en la elección. Son temas menos riesgosos para López Obrador. Eso sí, puede ser la ultimísima llamada para José Antonio Meade, si los números para entonces todavía se lo permiten.