como presuntos culpables solamente por ser servidores públicos, por la reacción de las propias autoridades ante estos temas, pero, sobre todo, por lo intrincado de los sentimientos que se mezclan para nosotros, los mexicanos, cuando recordamos que ellos también tienen que comer, vestir a sus hijos y pagar la renta. Como todos.
Nuestra cultura de la desconfianza tiene elementos idiosincráticos muy poco halagüeños, muchos heredados de la Colonia y muchos otros que son consecuencia natural del modelo económico impuesto desde hace varias décadas por los organismos internacionales y los países desarrollados: el liberalismo, sin importar si a veces es radical o moderado. La mayor parte de las personas vivas y productivas (que nacimos de la Posguerra a hoy día) fuimos educadas con el énfasis en individuo como único depositario del valor moral. Así, ninguna organización o colectividad puede aspirar a perseguir fines tan nobles y legítimos como la persona aislada, individual, y el Estado menos que nadie: si la esencia del poder público es resolver las disputas de una colectividad mediante el control social, hay que minimizarlo hasta dejarlo exiguo. ¿Cómo se minimiza? Desconfiando permanente y gratuitamente de todos los burócratas y de todos los políticos en cualquier dependencia y a cualquier nivel. Y este trabajo se ha hecho muy bien: si se le pregunta a cualquier ciudadano del mundo occidental si su gobierno y sus funcionarios son corrupto, dirá que sí, que obviamente la corrupción está en todos lados y se puede sentir cuando se pasa al lado de un policía, de un juzgado o de un cuerpo legislativo. En México, ningún servidor público tiene calificaciones dignas, de acuerdo a la Encuesta Nacional de Victimización y Percepción sobre Seguridad Pública del 2016, que es consultable aquí:
http://www.beta.inegi.org.mx/contenidos/proyectos/enchogares/regulares/envipe/2016/doc/envipe2016_presentacion_nacional.pdf
Sin embargo, cuando se pregunta a las mismas personas si han sufrido o constatado un acto de corrupción de las autoridades, la cifra se reduce dramáticamente. Contrastados con la realidad, los actos de corrupción siempre son menos de los que uno esperaría y las cosas están sensiblemente menos fastidiadas de lo que se espera. ¿Por qué sucede esto? Por una razón sencilla: la gente siempre concede un valor probatorio elevadísimo a los testimonios de oídas, a las acusaciones vagas de un periodista que no tiene ni siquiera un expediente judicial a mano y siempre está dispuesta a hacer generalizaciones inmediatas. Si alguien dice que un policía fue encontrado culpable de tener nexos con el narcotráfico, de entrada, el público da por absolutamente cierto que ese policía tiene los nexos que se le imputan y, para finalizar, que todos los policías los tienen.
El periodismo de investigación al que estamos habituados tampoco ayuda: siempre que alguien asegura que hay corrupción en una institución, se tiene por hecho cierto, sin contrastarlo con los datos duros. Pero claro, contrastar con datos duros es aburrido, requiere un nivel de especialización en conocimientos que no todas las personas tienen y reclama, además, una facultad de la que el grueso poblacional (principalmente los consumidores de ese “periodismo de investigación no tienen”: capacidad crítica y analítica. Si además las notas de investigación siempre se aderezan con muletillas que dicen que un caso de miles es “un botón de muestra”, “la punta del iceberg”, “un ejemplo de los miles, millones que ocurren todos los días” tenemos el patético resultado que vivimos a diario.
Hay que recordar que, contrariamente a las proclamas del liberalismo, hay labores que son indispensables para conservar el tejido social y que no las pueden realizar los particulares, porque, como el propio término lo indica, las motivaciones e intereses que los impulsan serán siempre particulares y nunca públicos. Labores como mantener la seguridad pública, como reparar alcantarillas, como podar jardines, como elaborar leyes y reglamentos, como dictar justicia.
sanchez vil¡Claro que hay corrupción! ¡Y claro que es inaceptable! ¡Y por supuesto que muchos políticos, que nada tienen que ver con los burócratas comunes, viven de traficar influencias y vender favores ilegales! Pero si se piensa que todos lo hacen, que nadie está limpio, que la iniciativa privada, los académicos y los periodistas de investigación tienen patentada la verdad y monopolizada la decencia, entonces nunca se podrá separar lo bueno de lo malo. Y esa confusión entre corruptos y honestos, entre incompetentes y capaces, es la mejor cortina de humo que tienen verdaderamente malvados, perjudiciales para la comunidad, para seguir impunes. El resentimiento indiscriminado de una sociedad acrítica, al final, trabaja a favor de ellos.
Fuente: Sdpnoticias.com
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