Ejercer el periodismo es una actividad de alto riesgo. Siempre lo ha sido. Y acaso lo sea porque, parafraseando a Bill Kovach, su primera obligación es con la verdad. Y la verdad incomoda. “La verdad es un bien común y debe ser protegida”, dice el periodista catalán Arcadi Espada en una entrevista para el reciente número de la revista Letras libres.
El periodista es un investigador: observa, describe, explica y analiza. Y todo mediante la palabra. Es su única arma. Sin embargo, las palabras se gastan. Son una sociedad en sombra. La artillería las arrincona, las hace pedazos. Todos los días caen por millares. La boca que las nombra, la mano que las escribe, sucumbe. Y también la censura, ese otro flagelo.
El 99.75% de las agresiones contra reporteros en México queda sin resolverse, afirma Artículo 19. De 48 expedientes que maneja la Fiscalía Especializada para la Atención de Delitos Contra Periodistas, sólo tres han tenido sentencia (Viridiana Ríos, Excélsior, 16/04/2017). Inútil tocar puertas condenadas, diría Octavio Paz en Libertad bajo palabra.
“El periodismo es una institución de la gente, antes de que se ensuciara esa palabra, una institución de los ciudadanos”. Esta reflexión de Arcadi, en la misma entrevista para Letras libres, entreabre una puerta por la que se fugan otras palabras que se han ensuciado en el oficio periodístico: vulnerabilidad, anticorrupción, violencia, género. Se utilizan y se tiran a la basura, han perdido su valor y ahora son parte de un discurso. Se lanzan en jauría para recriminar y denunciar, pero son inofensivas en la praxis.
Reporteros Sin Fronteras señaló que son el crimen organizado y la corrupción política los temas que cubren los periodistas por los que son, frecuentemente, asesinados a Sangre Fría. Así, con mayúsculas. En la cobardía del anonimato se esconden los asesinos. El periodista siempre da la cara, su nombre está escrito legiblemente para denunciar y evidenciar. No se tapa el rostro ni se inventa un alias. El periodismo lanza la piedra y muestra la mano.
Y más números: En su más reciente clasificación de libertad de prensa, Freedom House, la organización sin fines de lucro estadunidense, enlista a México en el lugar 31 de 35 de los países en América Latina más peligrosos para ejercer el periodismo. Sólo por detrás de Ecuador, Venezuela, Honduras y Cuba. El dato es revelador si se toma en cuenta la actual situación venezolana y la histórica restricción periodística cubana. (http://www.eluniversal.com.mx/articulo/nacion/sociedad/2017/04/27/mexico...).
Coincido con Timothy Garton Ash, autor de Libertad de palabra, diez principios para un mundo conectado, una extensa investigación alrededor de los retos que enfrenta la palabra ante el entorno actual, cuando sentencia que la disciplina, la ética y los métodos apuntan a que un texto sea digno de confianza de los lectores. El tejido del periodismo no es otro que la denuncia, la verdad y la palabra. La confianza del lector, para concatenar la idea de Ash, sólo se gana con veracidad y transparencia.
Las estadísticas son claras: el armamento se imponte ante la pluma. Las balas avasallan la tinta. Ante la muerte, la verdad se hace mayor. Mientras sigamos contabilizando a los muertos, mientras los hagamos cifras, será imposible defender sus derechos humanos. Las matemáticas mandan al olvido a los fallecidos. Una tras otra, las tropelías atropellan. Con cacofonía incluida. Como el sonido de las metralletas.
Los retos a los que se enfrenta el periodismo actual no sólo son digitales y de inmediatez de la información. También, y como nunca antes, a las otras realidades, eso que han llamado posverdad. El lector se topa cara a cara con múltiples ángulos. En esa posverdad radica la mentira, en la mayoría de los casos. Los gobiernos tienen sus posverdades, las instituciones, también; el periodismo, como ya lo dice Espada, que es una institución, debe tener la más cercana a los hechos verídicos y a la ciudadanía.
La violencia a integrantes de los medios de comunicación no puede ser sino una verdad absoluta. No son las cifras las que lo revelan, sino las voces silenciadas.
Contra el silencio y el bullicio invento la Palabra, libertad que se inventa y me inventa cada día.
*En la Facultad, leí con enorme entusiasmo e interés El Blanco móvil y Cómo se escribe un periódico: el chip colonial y los medios en América Latina. Miguel Ángel Bastenier era un periodista apasionado. Crítico y malhumorado, como todos los de su perfil. Gran conocedor de América Latina y el mundo. Otra pérdida, ésta por el irrefrenable cáncer.
Fuente: Excélsior.
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