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MEMORIAS DE UN COMUNISTA
Noticia publicada a
las 05:07 am 25/07/16
Por: René Avilés Fabila.
* Poco antes le externé a Enrique Semo el propósito de escribir mis memorias de militante comunista y me dijo que era importante.
Fui militante del Partido Comunista unos veinte años. Cuando decidió suicidarse abrumado por el derrumbe del bloque soviético y la decadencia de la izquierda internacional, mis camaradas optaron por llevar a cabo una serie de alianzas
que cuajaron en el Partido de la Revolución Democrática, cuyos pasos iniciales parecieron ir por un camino aceptable. Para mí era todo. Aunque el propioCuauhtémoc Cárdenas me hizo llegar la invitación para formar parte del PRD a través de Adolfo Gilly, decliné participar. No más militancia bajo rígidas normas, no más línea de un grupo de comunistas cuadriculados (se dice ortodoxos) que te regañaban por todo; siempre bajo sospecha: podías desviarte y ser maoísta, admirador de Trotsky o tener tendencias anarquistas.
Poco antes le externé a Enrique Semo el propósito de escribir mis memorias de militante comunista y me dijo que era importante: había llegado el momento de contar nuestras luchas. Pero no tomé el camino trágico que había perseguido a cientos, acaso miles de marxistas. Tengo un sentido irónico de la vida. Las tragedias me han afectado, no doblegado. Así que dejé de lado las historias lacrimosas de persecuciones, cárceles, expulsiones, discusiones fatigantes, pagar cuotas para que subsistieran los cuadros profesionales, interpretar cuidadosamente a Lenin para no cometer una pifia y demás recuerdos tediosos, acciones que llevaron a los más convencidos marxistas al PRI o a negar el pasado combativo, el que muchos supusimos un largo camino hacia la sociedad ideal, sin contradicciones.
Es posible que Memorias de un comunista me haya costado tanto o más trabajo que mis novelas. Avanzaba entre recuerdos idiotas o dignos y de pronto me hallé escribiendo el lado chocarrero de mi vida como comunista. A diferencia de todos aquellos que contaban choques con la vida diaria, los riesgos del trabajo clandestino, las ridículas intentonas por organizar obreros que se negaban a ser “salvados”, de reconstruir infinitas discusiones sobre cómo llegaríamos al socialismo: por la vía armada o mediante un proceso electoral. Nunca sospeché que mis familiares pudieran ser agentes de Gobernación o que mi mamá estuviera al servicio de la CIA. Me correspondieron algunas golpizas policiacas durante manifestaciones de apoyo a la naciente Revolución Cubana, la censura de los medios de comunicación en perpetua enemistad con las ideas de Marx y más de una ironía de esa pequeña burguesía local, tan dada a los lugares comunes, perfectamente conservadora y proclive a la intensa publicidad anticomunista, sobre todo después del triunfo de Castro y Guevara. Tragedias, ninguna. LasMemorias las publicó por entregas Arturo Martínez Nateras, luego vino el libro.
Ya había dado los primeros pasos para escribir Memorias de un comunista con la publicación de mi novela inicial Los juegos, en cuyas páginas ironizo las divisiones y expulsiones del PC, sus preocupaciones por seguir ciegamente a los teóricos del marxismo clásico sin pensar que a los mexicanos nos correspondía buscar otras vías. Capítulos donde ridiculizo mi vieja escuela política, la que abandonó José Revueltas. Cuando aparecieron las Memorias de un comunista, que tiene un subtítulo: maquinuscrito encontrado en un basurero de Perisur, con lo que indico que del comunismo al consumismo solo hay un paso, provocó algún escándalo en las deterioradas filas izquierdistas, sobre todo entre aquellos que fueron comunistas; mi libro fue mal recibido. Lleva, sin publicidad alguna, cuatro ediciones y tiene un breve prólogo de Joel Ortega.
Me costó trabajo escribirlo porque era (es) difícil despojarme de un modo de vida que hoy nadie recuerda, fue una tarea liberadora. No fue sencillo narrar mis viajes por países comunistas, en especial por la Unión Soviética y Cuba. Sentía un cariño fraternal y no quería herirlos. Ahora es distinto, la primera regresó al capitalismo y escuchar al régimen cubano hablar de democracia y libertad provoca sarcasmo. No olvido mi visita al mausoleo donde reposa la momia de Mao Tse-tung, aquél cuyo pensamiento hacía crecer a las sandías más grandes de lo habitual. Vi el cuerpo cubierto por una bandera roja con la hoz y el martillo entre severos guardias, inmóviles. Salí con los ojos húmedos, los que se secaron ante los anuncios de Coca-Cola, Burguer King, Mac Donalds, Ford… Todo ha cambiado. Memorias de un comunista fue una catarsis o más bien constancia de que a mi alrededor el mundo era otro, distante del que me hizo soñar en rojo. Quedé atrapado como dinosaurio en el hielo. No pude hacer más que un señalamiento de lo divertida que puede ser la lucha política si se posee sentido del humor y buenas dosis de sarcasmo.
Mis memorias son para decir que la militancia marxista o anarquista no significa pasar por el eterno calvario que se acerca al de los mártires del cristianismo. Era gracioso ver la cara de creyentes y conservadores cuando les decía soy comunista y ellos escondían el cepillo de dientes para que no les fuera expropiado para uso colectivo o ponían a salvo a sus bebés para que no pararan en manos del Estado.
Si tuviese la máquina del tiempo de Wells, no la usaría. De nada me arrepiento. Me quedo con la frase consabida de Marx: los hechos se duplican: primero son tragedia, luego farsa. Me tocó esta última etapa.