lo fui sucediendo a Granados Chapa, quien intentaba ser gobernador de su estado natal: Hidalgo. Mi código es simple y lo componen dos valores supremos: ética y estética. Nunca he escrito para un partido y menos para un hombre poderoso. He tratado de hacerlo lo mejor posible. Que tengo detractores de calumnia fácil, no me asombra, es una regla general en México, acaso en todo el mundo. Me respalda un trabajo de más de cincuenta años que es posible ver en hemerotecas y ahora en Internet.
Los políticos no saben qué hacer para llamar la atención. Imagino que pese a sus escasos méritos intelectuales tienen claro el desprestigio que los rodea. Necesitan votos, no respeto. Requieren respaldo político, no el aprecio de una sociedad todavía ingenua e inmadura donde cualquier charlatán o demagogo la conmueve. El hecho de que sigamos teniendo líderes carismáticos, demagogos, charlatanes y que se sienten ungidos por la mano de Dios, es una prueba de nuestra inexperiencia e ignorancia política.
Por ahora, los diputados han mostrado que en sus ratos de ocio, trabajan: ya tienen un código de ética para evitar “tomas de tribuna”, “charolazos”, no llegar ebrios a las sesiones, no quedarse dormidos, no tuitear ni mensajear. Tienen en dicho documento tareas que su propia naturaleza les impedirá llevar a cabo: los legisladores “deben cuidar la legalidad, honradez, lealtad, imparcialidad y eficiencia durante el ejercicio de su encomienda”. ¿Alguien podría creerles que llevarán a cabo esta tarea? No yo que he tenido la mala fortuna de verlos, entrevistarlos y conocer algunas intimidades muy lejos de cualquier código de ética por elemental que sea.
“Actuar con respeto, transparencia, honradez, independencia, profesionalismo, tolerancia, responsabilidad e integridad”. Imposible. Hay senadores, diputados y asambleístas que sólo muestran sus ganancias portentosas y las posibilidades que tienen para hacer negocios. ¿Transparencia? Tal vez. Se nota a leguas su prosperidad. No hay mejor carrera para enriquecerse que la política y el proceso de obtener dinero por lamentables formas, se nota entre los legisladores, principalmente en los que provienen de la llamada “izquierda”. Pobres entraron a “legislar”, ricos salen sin haberlo hecho.
Nos dicen sus autores que se acabaron, al menos en San Lázaro, “los tiempos del charolazo, las tomas de tribuna, el uso de groserías y las llegadas al recinto con copas encima”. El dictamen fue elaborado por la Comisión de Régimen, Reglamentos y Prácticas Parlamentarias, “con base en iniciativas que, por separado presentaron los diputados Carolina Monroy del Mazo (PRI) y Jorge Triana Tena (PAN)” y según las notas periodísticas el código fue aprobado en lo general con 318 votos favorables, 26 en contra y 35 abstenciones. Los datos iniciales muestran que si bien unos diputados quieren seguir mintiendo, algunos, los menos, muestran su decisión de seguir cometiendo las bajezas y vulgaridades que los caracterizan.
Recuerdo nostálgico los cartones del genial Abel Quezada, donde pintaba a los diputados siempre altaneros, bien comidos, mejor bebidos, pillos y con un revólver al cinto, inalterablemente portando un sobrero que mostraba sus vínculos con los revolucionarios. Los tiempos han cambiado, la mayoría ahora son elegantes, hablan inglés, provienen de escuelas privadas y suelen comer en restaurantes elegantes y visibles. La discreción no se les da. Pero buena parte proviene del bajo mundo, no concluyeron la secundaria y apenas pueden articular dos frases seguidas. Eso sí, todos saben robar y timar al ciudadano. Sin embargo, dudo que dejen de lado la toma de tribunas, se hagan sobrios y particularmente sean honestos y transparentes. Ya encontrarán las formas de eludir el código de ética que están por aprobar.
Los diputados que trabajaron arduamente por la creación de dicho documento confían en que el prestigio de los legisladores volverá. Habrá que decirles que nunca lo han tenido. Llevan a cabo tareas del peor estilo y de la peor manera. Carecen de tacto y sólo los mueve el ascenso, la búsqueda de mejores haciendas personales. Y esto no sufrirá modificaciones con un papel membretado, con diversas firmas, seguirán haciendo lo que saben. Nada. Solo aprendieron a corromperse y a robar. ¿Hay alguna sanción por dormir en la curul? No. ¿Otra para no tomarse selfies? Tampoco.
Será un código aprobado por mayoría absoluta y luego será desdeñado por todos. Pero por ahora sirvió para conseguir notas de amplia cobertura que nadie creerá. Nos anticipan que aquellos que lo violen recibirán sanciones si no actúan de manera “ejemplar, seria, respetuosa, responsable, tolerante y ¡honesta!” Una vez votada, será engavetada y seguiremos padeciendo los vicios de los legisladores. Aceptar el nuevo código es antinatura. Los ciudadanos tenemos la solución: no votar por ellos.
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Fuente: Crónica.
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