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A la naturaleza, en familia
Noticia publicada a
las 05:37 am 13/02/16
Por: Gilberto Nieto Aguilar.
XALAPA, VER.- Los mayores sostenían que había que ir al rancho para que niños y jóvenes disfruten del aire libre en los amplios espacios de la casa de campo. "Ya está bueno que se pasen el día con las narices pegadas a los celulares, las tabletas, los videojuegos o los televisores", dijo don Fulgencio. "Sí. Los muchachos deberían quitarle las telarañas a la biblioteca de vez en cuando..." suspiró don Chico.
"Pero es que en el rancho no hay Internet y casi no llega la señal", dijo con una rabieta Alysson, la mayor del grupo juvenil. "Sí", confirmó Anita. "Y además hay muchos mosquitos". La discusión llevaba buen rato y no lograban ponerse de acuerdo, pero era evidente que para las nuevas generaciones acompañar a los padres y a los abuelos al rancho, distante unos 12 kilómetros de la ciudad, era un verdadero suplicio y un aterrador tormento.
El señor Héctor, sabio y prudente, meneó la cabeza. Escuchaba atento las quejas de ambos grupos y no simpatizaba con alguno en especial. Más bien creía que ambos tenían razón y lo mejor, pensaba, era mediar entre ellos. "Vamos, los mayores debemos comprender a los jóvenes. Es el estilo de vida que llevan los muchachos. Pero ustedes, jovencitos, deben reconocer que un día en la tranquilidad natural del campo no les hará daño".
"Así es", recalcó don Fulgencio. "A mis hijos los eduqué en el campo y nunca necesitaron de esos aparatitos para divertirse y pasar un buen rato. Además, el contacto con la naturaleza deja mayores enseñanzas que esas cosas artificiales y, sobre todo, es más saludable".
"Es porque estás viejito, abuelito. Antes no podían disfrutar de los aparatos que tenemos, porque son una obra de la tecnología y la civilización", respondió Anita con una sonrisa zalamera, abrazando y besando a don Fulgencio. "Muy cierto, padrino" -afirmó Dari-. "En el rancho me aburro. Además, mi madrina va a sufrir con la lumbre y la leña para hacernos comida".
"A mí no me metan en sus chismes", rezongó doña Licha. "Yo sí soy feliz en el rancho". El silencio se prolongó algunos segundos hasta que aparecieron doña Lupe y doña Andrea, platicando alegremente. "¿Qué? ¿Ya se pusieron de acuerdo? Se comienza a hacer tarde", dijo una de ellas, dirigiéndose a uno de los vehículos próximos.
"Por mí como quieran -dijo Lupita-. Tengo mucha tarea de la prepa y me voy a llevar mis libros y cuadernos". "¿Y no vas a consultar en internet?" preguntó con vivo interés Alysson. "Allá no hay señal", sentenció. El señor Héctor seguía con atención la plática y sonreía tranquilo. Pausadamente se dirigió a todos: "Dijimos que queríamos convivir en familia, pasar un rato juntos. Creo que el lugar es lo de menos".
Todos lo voltearon a ver. Algunos gestos eran francamente aburridos. "Casi nunca nos reunimos -continuó- ni disfrutamos de la plática en familia. Podría asegurar que algunos casi ni nos conocemos. ¿Cuántos estamos aquí? ¿18? ¿20 personas? ¿Irán a venir los que faltan, o le darán más importancia a otros asuntos?".
"Los mayores acordamos ir al rancho, porque el ambiente nos acerca más. Donde hay señal, los aparatitos acaparan la atención y estamos en cuerpo pero no en mente. Allá tendremos que platicar, hacer círculos, jugar en la mesa larga del comedor, escuchar historias que tal vez hicieron posible la existencia de muchos de ustedes..."
"Y creo que la otra ganancia es que apreciemos el campo, la naturaleza, porque la ciudad nos absorbe y nos hace ciudadanos de granja, como los pollos que se comen. Estar en contacto con la naturaleza nos hace comprenderla. La calma nos permite relajarnos y la ausencia de distractores nos lleva a confraternizar mejor".
El tío Héctor, como le dicen varios de los presentes, calló. La atención se distrajo con el ruido de jóvenes gritando y saludando en su llegada bulliciosa al grupo y recomenzaron la discusión desde el principio. Los alegatos elevaron nuevamente el tono de voz y el señor Héctor concluyó entre dientes que con esa algarabía se alcanzaba el propósito. "¿Cómo vamos a contagiarnos los valores del hogar, el sentido de pertenencia, la solidaridad de los lazos familiares si no convivimos juntos aunque sea de vez en cuando?", pensó para sus adentros.