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EL PAÍS DE LO MISMO
Noticia publicada a
las 04:17 am 03/05/15
Por: Alfonso Zárate.
El tránsito de los prodigios y bendiciones que portaban las “reformas estructurales” al reconocimiento de una necia realidad que no cambia fue inesperado y súbito. En apenas unos meses dejamos atrás el mexican moment para seguir siendo el país de lo mismo: estancamiento económico, empleos insuficientes y mal remunerados, pobreza que no cambia, violencia que no cesa…
De los reconocimientos internacionales pasamos a los reportajes y editoriales críticos de algunas de las publicaciones más influyentes del mundo como The Economist, The New York Times, The Financial Times y The Guardian, que revelan la ineptitud y los excesos de la clase gobernante.
Para justificar lo que está ocurriendo, los voceros del gobierno nos dicen que cambió el escenario. Los precios del petróleo, que se anticipaban altos, se han desplomado al igual que la producción, y con ellos se fueron las cuentas alegres, la euforia, el optimismo. Nos recuerdan que en la vida real los “milagros” son muy poco frecuentes, aunque ellos nos hicieron creer lo contrario.
La verdad es que nuestras élites no aprenden. En la primera mitad del gobierno de Plutarco Elías Calles (1924-1926), una coyuntura exterior muy favorable: precios a la alza de la plata y el petróleo, principales productos de exportación del país, llevó a quien poco después sería llamado Jefe Máximo a emprender un proyecto imponente. Se “sembrarían” presas por todo el territorio nacional y el agua de las presas convertiría nuestros eriales en pampas argentinas. Una red impresionante de carreteras comunicaría al país de frontera a frontera y de océano a océano. Las arcas llenas de divisas sustentaron la creación de instituciones: Banco de México, comisiones Nacional de Irrigación y de Caminos. Poco después se constituiría, con la suma de decenas de formaciones políticas, el Partido Nacional Revolucionario…
El sueño del callismo de un gran “salto adelante” se volvió pesadilla cuando, hacia 1926, cayeron los precios del metal y el hidrocarburo.
Más de medio siglo después, José López Portillo nos anunció las buenas nuevas: ya éramos ricos. El país enfrentaba un nuevo desafío que no era el ancestral de la pobreza; nuestro reto era, así lo dijo, “cómo distribuir la abundancia”.
Al igual que los hombres del callismo, los de López Portillo —algunos egresados de prestigiadas universidades extranjeras— tampoco supieron reconocer los riesgos de un escenario que no controlaban; por eso, cuando se desplomaron los precios del petróleo, el país entró en shock; el mismo presidente, engreído, se sintió arrinconado y dijo que defendería al peso “como un perro”. Nada evitó el colapso. La gente bautizó a la propiedad presidencial emblemática del sexenio —regalo del profesor Carlos Hank González, gran beneficiario de contratos y concesiones públicas— como La Colina del Perro.
Han transcurrido 35 años desde aquella debacle y, otra vez, como en 1926 y 1981, nuestra ilustrada y premiada clase gobernante nos cambia sus promesas fantasiosas por el llamado a “apretarnos el cinturón”. El problema, como siempre, es que los duros días por venir no anticipan una especie de adaptación de lo que hizo en Uruguay el presidente José Mujica, no es para tanto. No se cancelarán viajes internacionales de clase presidencial ni se reducirán las costosas escoltas del alto funcionariado; tampoco se dejarán de usar aviones y helicópteros sin sentido, no; seguirán gastando alegremente los dineros públicos y la austeridad, la honestidad y el patriotismo quedarán para los discursos.
El más reciente reporte de la Auditoría Superior de la Federación evidencia un manejo torpe, incluso criminal, de los recursos públicos, lo mismo por autoridades federales que estatales y municipales. Crece la deuda pública y el patrimonio de gobernantes, pero nadie está en la cárcel o, al menos, enfrentando las consecuencias políticas y penales por la irresponsabilidad y el despilfarro.