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El hormiguero de la independencia
Noticia publicada a
las 02:14 am 17/09/14
Por: Álvaro Chaos.
* El nacionalismo es una reminiscencia tribal de sociedades primitivas.
Hoy celebramos la Independencia de México. Somos un animal social, vivimos en conjunto con otros individuos de nuestro tipo. Lo mismo sucede con las hormigas, abejas y termitas. Ellas habitan la Tierra mucho tiempo antes que nosotros.
Llevan millones de años de vida, mientras que el hombre es una especie bebé con escasos 100 mil años de existencia. Dichos insectos pisaron este país primero que cualquiera. Durante ese intervalo, nunca ha surgido una hormiga Hidalgo, ni una abeja Morelos, ni ha habido alguna conspiración en Querétaro donde la termita Ortiz de Domínguez haya participado. Tampoco se tiene noticia de un abrazo hormigoso en Acatempan, entre las hormigas Iturbide y Guerrero. ¿Será que estos seres no necesitan independizarse? ¿Acaso sus sociedades podrían ser ejemplos de valores y estrategias para las nuestras? Veamos unas generalidades de las hormigas e iluminémosnos.
La sociedad hormigosa se basa en una división marcada y jerarquizada de castas. Cada una posee un trabajo definido. Empezando por la alta sociedad, tenemos a la hormiga reina. Normalmente, ella es bastante mayor que las demás. Es la única fértil, madre de todos en la colonia. Se resguarda en las zonas más profundas del hormiguero. Dependiendo de la especie, entre miles y millones de seres ofrendarán su vida para protegerla. No es para menos, su muerte marca el fin de la colonia. Machos hay pocos. Vienen al mundo para fecundar a la reina y morir enseguida.
El resto del conglomerado se conforma por obreras y soldados. Las primeras trabajan y trabajan y trabajan durante toda su existencia. Consiguen y acarrean alimento al hormiguero, cuidan sembradíos de hongos, protegen rebaños de pulgones, prestan sus cuerpos como almacén de agua y azúcares (inflándose hasta diez veces su tamaño), atienden a los huevos, a las larvas y a la reina. Las segundas vigilan siempre, 24/7, celosas de sus compañeras, acudirán sin dubitaciones a defenderlas contra quien las ataque, haciendo caso omiso del poder del contrincante. Se comunican entre todas ellas secretando substancias llamadas feromonas. Organización ejemplar, milimétrica.
Examinando las sociedades humanas no percibimos cambios. Reyes y reinas han figurado perpetuamente. Los monarcas no difieren en absoluto de una hormiga reina, con la salvedad de que el consorcio sexual predominante es el patriarcado. Actualmente, en algunas naciones autodenominadas como avanzadas, han sido substituidos por una casta maquiavelista exclusiva del hombre: los políticos, quienes dicen representar la voluntad de la mayoría ensalzando un término griego tan manoseado como falso: la democracia.
Poseemos un estrato social que trabaja y trabaja y trabaja: el proletariado. Una capa en vías de extinción, la clase media, quien también labora, aunque goza de mejores condiciones que la anterior. Los ejércitos están presentes siempre para defender a este ensamble de humanos contra razias de otras agrupaciones. En lugar de feromonas usan telas de colores con figuras, apodadas banderas, por las cuales consagran sus vidas.
¿Cuál es la diferencia?, se preguntará usted, mi avispado lector. Sólo hay una. En nuestros hormigueros moran engendros malévolos, mutantes que comprenden la dinámica de la masa, saben de los anhelos de la criatura oprimida y los encauzan para un beneficio personal. Por eso, hoy viven muchas hormiguitas zombis catalanas y escocesas enajenadas. Su destino, de escogerlo mal, obedeciendo a sinvergüenzas nacionalistas, será igual, pero peor. El nacionalismo es una reminiscencia tribal de sociedades primitivas. Antesala del racismo